POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 22

usted bueno y muy cariñoso con la chica. Con la María. Ha pasado una mala racha. ¿Comprendes? –dijo tuteándole súbitamente. —Sí, ¿por qué me dice usted eso? —Porque vi cómo estaba cuando entró en la cueva, después de haberte visto. Vi que te observaba antes de salir. —Hemos bromeado un poco. —Lo ha pasado muy mal –dijo la mujer de Pablo–. Ahora está mejor, y sería conveniente llevársela de aquí. —Desde luego; podemos enviarla al otro lado de las líneas con Anselmo. —Anselmo y usted pueden llevársela cuando acabe esto –dijo dejando momentáneamente el tuteo. Robert Jordan volvió a sentir la opresión en la garganta y su voz se enronqueció. —Podríamos hacerlo –dijo. La mujer de Pablo le miró y movió la cabeza. —¡Ay, ay! –dijo–. ¿Son todos los hombres como usted? —No he dicho nada –contestó él–; y es muy bonita, como usted sabe. —No, no es guapa. Pero empieza a serlo; ¿no es eso lo que quiere decir? – preguntó la mujer de Pablo–. Hombres. Es una vergüenza que nosotras, las mujeres, tengamos que hacerlos. No. En serio. ¿No hay casas sostenidas por la República para cuidar de estas chicas? —Sí –contestó Jordan–. Hay casas muy buenas. En la costa, cerca de Valencia. Y en otros lugares. Cuidarán de ella y la enseñarán a cuidar de los niños. En esas casas hay niños de los pueblos evacuados. Y le enseñarán a ella cómo tiene que cuidarlos. —Eso es lo que quiero para ella –dijo la mujer de Pablo–. Pablo se pone malo sólo de verla. Es otra cosa que está acabando con él. Se pone malo en cuanto la ve. Lo mejor será que se vaya. —Podemos ocuparnos de eso cuando acabemos con lo jttto. —¿Y tendrá usted cuidado de ella si yo se la confío a usted? Le hablo como si le conociera hace mucho tiempo. —Y es como si fuera así –dijo Jordan–. Cuando la gente se entiende, es como si fuera así. —Siéntese –dijo la mujer de Pablo–. No le he pedido que me prometa nada, porque lo que tenga que suceder, sucederá. Pero si usted no quiere ocuparse de ella, entonces voy a pedirle que me prometa una cosa. —¿Por qué no voy a ocuparme de ella? —No quiero que se vuelva loca cuando usted se marche. La he tenido loca antes y ya he pasado bastante con ella. —Me la llevaré conmigo después de lo del puente –dijo Jordan–. Si estamos vivos después de lo del puente, me la llevaré conmigo. —No me gusta oírle hablar de esa manera. Esa manera de hablar no trae suerte. —Le he hablado así solamente para hacerle una promesa –dijo Jordan–. No soy pesimista. —Déjame ver tu mano –dijo la mujer, volviendo otra vez al tuteo. Jordan extendió su mano y la mujer se la abrió, la retuvo, le pasó el pulgar por la palma con cuidado y se la volvió a cerrar. Se levantó. Jordan se puso también en pie y vio que ella le miraba sin sonreír. —¿Qué es lo que ha visto? –preguntó Jordan–. No creo en esas cosas; no va usted a asustarme. —Nada –dijo ella–; no he visto nada. —Sí, ha visto usted algo, y tengo curiosidad por saberlo. Aunque no creo en esas cosas. —¿En qué es en lo que usted cree? —En muchas cosas, pero no en eso. —¿En qué?