POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 183
caballo había trazado al subir. Luego desapareció entre los árboles,
doblando hacia la izquierda.
— «Espero que no tropiece con la caballería –pensó Robert Jordan–. Temo
que nos lo devuelvan como un regalo.»
Primitivo trajo ramas de pino y Robert Jordan las plantó en la nieve,
hasta llegar a la tierra blanda, arqueándola alrededor del fusil.
—Trae más –dijo–; hay que hacer un refugio para los dos hombres que
sirven la pieza. Esto no sirve de mucho, pero tendremos que valernos de
ello hasta que nos traigan el hacha, y escucha –añadió–: Si oyes un
avión, échate al suelo, dondequiera que estés, ponte al cobijo de las
rocas. Yo me quedo aquí con la ametralladora.
El sol estaba alto y soplaba un viento tibio que hacía agradable el
encontrarse junto a las rocas iluminadas, brillando a su resplandor.
«Cuatro caballos –pensó Robert Jordan–. Las dos mujeres y yo. Anselmo,
Primitivo, Fernando, Agustín... ¿Cómo diablos se llama el otro hermano?
Esto hacen ocho. Sin contar al gitano, que haría nueve. Y además, hay que
contar con Pablo, que ahora se ha ido con el caballo, que haría diez.
¡Ah, sí, el otro hermano se llama Andrés! Y el otro también, Eladio. Así
suman once. Ni siquiera la mitad de un caballo para cada uno. Tres
hombres pueden aguantar aquí y cuatro marcharse. Cinco, con Pablo. Pero
quedan dos. Tres con Eladio. ¿Dónde diablos estará? Dios sabe lo que le
espera al Sordo hoy, si encuentran la huella de los caballos en la nieve.
Ha sido mala suerte que dejase de nevar de repente. Aunque, si se
derrite, las cosas se nivelarán. Pero no para el Sordo. Me temo que sea
demasiado tarde para que las cosas puedan arreglarse para el Sordo. Si
logramos pasar el día sin tener que combatir, podremos lanzarnos mañana
al asunto con todos los medios de que disponemos. Sé que podemos. No muy
bien, pero podemos. No como hubiéramos querido hacerlo; pero, utilizando
a todo el mundo, podemos intentar el golpe si no tenemos que luchar hoy.
Si tenemos hoy que pelear, Dios nos proteja.
»Entretanto, no creo que haya un lugar mejor que éste para instalarnos.
Si nos movemos ahora, lo único que haremos es dejar huellas. Este lugar
no es peor que otro, y si las cosas van mal, hay tres escapatorias.
Después vendrá la noche y desde cualquier punto donde estemos en estas
montañas, podré acercarme al puente y volarlo con luz de día. No sé por
qué tengo que preocuparme. Todo esto parece ahora bastante fácil. Espero
que la aviación saldrá a tiempo siquiera sea una vez. Sí, espero que sea
así. Mañana será un día de mucho polvo en la carretera.
»Bueno, el día de hoy tiene que ser muy interesante o muy aburrido.
Gracias a Dios que hemos apartado de aquí a ese caballo. Aunque vinieran
derechos hacia acá no creo que pudieran seguir las huellas en la forma
que están ahora. Creerán que se paró en ese lugar y dio media vuelta, y
seguirán las huellas de Pablo. Me gustaría saber adonde ha ido ese
cochino. A buen seguro que estará dejando huellas como un viejo búfalo
que anda dando vueltas y metiéndose por todas partes, alejándose para
volver cuando la nieve se haya derretido. Ese caballo realmente le ha
cambiado. Quizá lo haya aprovechado para largarse. Bueno, ya sabe
cuidarse de sí mismo. Ha pasado mucho tiempo manejándose solo. Pero, con
todo eso, me inspira menos confianza que si tuviera que habérmelas con el
Everest.
»Creo que será más hábil usar de estas rocas como refugio y cubrir bien
la ametralladora, en vez de ponernos a construir un emplazamiento en la
debida forma. Si llegaran ellos con los aviones, nos sorprenderían cuando
estuviéramos haciendo las trincheras. Tal y como está colocada, servirá
para defender esta posición todo el tiempo que valga la pena defenderla.
Y de todas maneras, yo no podré quedarme aquí para pelear. Tengo que irme