POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 181

—Bésame –dijo ella–, si te vas. —Eres una desvergonzada–dijo él. —Sí; por completo. —Vuelve ahora mismo. Hay muchas cosas que hacer. Podríamos vernos forzados a combatir aquí mismo si siguen las huellas de este caballo. —Tú –dijo ella–, ¿no viste lo que llevaba en el pecho? —Sí, ¿cómo no? Era el Sagrado Corazón. —Sí, todos los navarros lo llevan. ¿Y le has matado por eso? —No, disparé más abajo. Vuélvete ahora mismo. —Tú –insistió ella–, lo he visto todo. —No has visto nada. No has visto más que a un hombre. A un hombre a caballo. Vete. Vuélvete ahora mismo. —Dime que me quieres. —No. Ahora no. —¿Ya no me quieres? —Déjame. Vuélvete. Este no es el momento. —Quiero sujetar las patas de la ametralladora, y mientras disparas, quererte. —Estás loca. Vete. —No estoy loca –dijo ella–; te quiero. —Entonces, vuélvete. —Bueno, me voy. Y si tú no me quieres, yo te quiero a ti lo suficiente para los dos. El la miró y le sonrió, sin dejar de pensar en lo que le preocupaba. —Cuando oigas tiros, ven con los caballos, y ayuda a Pilar con mis mochilas. Puede que no suceda nada. Así lo espero. —Me voy –dijo ella–. Mira qué caballo lleva Pablo. El tordillo avanzaba por el sendero. —Sí, ya lo veo. Pero vete. —Me voy. El puño de la muchacha, aferrado fuertemente dentro del bolsillo de Robert Jordan, le golpeó en la cadera. El la miró y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Sacó ella la mano del bolsillo, le rodeó el cuello con sus brazos y le besó. —Me voy –dijo–; me voy, me voy. El volvió la cabeza y la vio parada allí, con el primer sol ¿e la mañana brillándole en la cara morena y en la cabellera, corta y dorada. Ella levantó el puño, en señal de despedida, y dando media vuelta descendió por el sendero con la cabeza baja. Primitivo volvió la cara para mirarla. Si no tuviese cortado el pelo de ese modo, sería muy bonita. —Sí –contestó Robert Jordan–. Estaba pensando en otra cosa. —¿Cómo es en la cama? –preguntó Primitivo. _¿Qué? —En la cama. —Cállate la boca. —Uno no tiene por qué enfadarse si... —Calla –dijo Robert Jordan. Estaba estudiando las posiciones.