POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 172
—Pero, Pilar –observó Fernando–, no esperarás que nadie con la educación
de don Roberto vaya a hacer unas cosas tan feas.
—No –reconoció Pilar.
—Todo eso es absolutamente repugnante.
—Sí –asintió ella.
—No esperarás que realice esos actos degradantes, ¿verdad?
—No –contestó Pilar–. Anda, vete a la cama, ¿quieres?
—Pero, Pilar... –siguió Fernando.
—Calla la boca. ¿Quieres? –exclamó Pilar, agriamente. De pronto se había
enfadado–. No hagas el idiota y yo aprenderé a no hacer el idiota otra
vez, poniéndome a hablar con gente que no es capaz de entender lo que una
está diciendo —Confieso que no lo entiendo –reconoció Fernando.
—No confieses nada y no trates de comprender –dijo Pilar–. ¿Está nevando
todavía?
Robert Jordan se acercó a la boca de la cueva y, levantando la manta,
echó una ojeada al exterior. La noche estaba clara y fría y la nieve
había dejado de caer. Miró a través de los troncos de los árboles, vio la
nieve caída entre ellos, formando un manto blanco, y, elevando los ojos,
vio por entre las ramas el cielo claro y límpido. El aire áspero y frío
llenaba sus pulmones al respirar.
«El Sordo va a dejar muchas huellas si ha robado los caballos esta
noche», pensó. Y dejando caer la manta, volvió a entrar en la cueva llena
de humo.
—Ha aclarado –dijo–. La tormenta ha terminado.