POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 13
C APÍTULO SEGUNDO
Habían llegado a través de la espesa arboleda hasta la parte alta en que
acababa el valle, un valle en forma de cubeta, y Jordan sospechó que el
campamento tenía que estar al otro lado de la pared rocosa que se
levantaba detrás de los árboles.
Allí estaba efectivamente el campamento, y era de primera. No se le podía
ver hasta que no estaba uno encima, y desde el aire no podía ser
localizado. Nada podía descubrirse desde arriba. Estaba tan bien
escondido como una cueva de osos. Y, más o menos, tan mal guardado.
Jordan lo observó cuidadosamente a medida que se iban acercando.
Había una gran cueva en la pared rocosa y al pie de la entrada de la
cueva vio a un hombre sentado con la espalda apoyada contra la roca y las
piernas extendidas en el suelo. El hombre había dejado la carabina
apoyada en la pared y estaba tallando un palo con un cuchillo. Al verlos
llegar se quedó mirándolos un momento y luego prosiguió con su trabajo.
—¡Hola! –dijo–. ¿Quién viene?
—El viejo y un dinamitero –dijo Pablo, depositando su bulto junto a la
entrada de la cueva.
Anselmo se quitó el peso de las espaldas y Jordan se descolgó la carabina
y la dejó apoyada contra la roca.
—No dejen eso tan cerca de la cueva –dijo el hombre que estaba tallando
el palo. Era un gitano de buena presencia, de rostro aceitunado y ojos
azules que formaban vivo contraste en aquella cara oscura–. Hay fuego
dentro.
—Levántate y colócalos tú mismo –dijo Pablo–. Ponlos ahí, al pie de ese
árbol.
El gitano no se movió; pero dijo algo que no puede escribirse, añadiendo:
—Déjalos donde están, y así revientes; con eso se curarán todos tus
males.
—¿Qué está usted haciendo? –preguntó Jordan, sentándose al lado del
gitano, que se lo mostró. Era una trampa en forma de rectángulo y estaba
tallando el travesaño.
—Es para los zorros –dijo–. Este palo los mata. Les rompe el espinazo. –
Hizo un guiño a Jordan–. Mire usted; así. –Hizo funcionar la trampa de
manera que el palo se hundiera; luego movió la cabeza y abrió los brazos
para advertir cómo quedaba el zorro con el espinazo roto. Muy práctico –
aseguró.
—Lo único que caza son conejos –dijo Anselmo–. Es gitano. Si caza
conejos, dice que son zorros. Si cazara un zorro por casualidad, diría
que era un elefante.
—¿Y si cazara un elefante? –preguntó el gitano y, enseñando otra vez su
blanca dentadura, hizo un guiño a Jordan.
—Dirías que era un tanque –dijo Anselmo.
—Ya me haré con el tanque –replicó el gitano–; me haré con el tanque, y
podrá usted darle el nombre que le guste.
—Los gitanos hablan mucho y hacen poco –dijo Anselmo. El gitano guiñó a
Jordan y siguió tallando su palo.
Pablo había desaparecido dentro de la cueva y Jordan confió en que habría
ido por comida. Sentado en el suelo, junto al gitano, dejaba que el sol
de la tarde, colándose a través de las copas de los árboles, le calentara
las piernas, que tenía extendidas. De la cueva llegaba olor a comida,
olor a cebolla y a aceite y a carne frita, y su estómago se estremecía de
necesidad.