El populismo empieza a generar fórmulas similares de liderazgo allá donde surge. A los nuevos líderes populistas les une el carisma, el autoritarismo, la incorrección política o la metonimia de tomar su parte como el todo, al igual que comparten aversión por los matices, maniqueísmo, un rechazo visceral a una clase política que consideran mera mafia del poder, o la asombrosa capacidad de capitalizar en beneficio propio todo tipo de votos de castigo.
El populismo vende una política del miedo —al crimen, al terrorismo, al paro, al declive económico, a la pérdida de los valores nacionales— y asegura que los demás partidos conducen a sus países al desastre. Los sondeos dejan claro que los votantes populistas son muy pesimistas: creen que cualquier tiempo pasado fue mejor y están muy preocupados por el futuro
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