1) desgasta a las instituciones,
2) limita los derechos de quienes no son parte del pueblo,
3) polariza a la sociedad, a la que divide en dos,
4) hace difíciles los acuerdos, por su visión maniquea del mundo,
5) erosiona los partidos, identificados con la élite que es impura, y
6) personaliza la política, en la que a menudo hace su aparición un caudillo que representa el Bien.