La opinión de... Ignasi Salafranca
Existen dos Fernando Torres. Uno con Benítez y otro sin él. Dos mundos completamente opuestos. Dos perfiles. Dos fórmulas. Dos resultados. El bueno y el malo, por decirlo de algún modo.
Pero no se trata de que Torres necesite a Benítez, el entrenador también necesita al delantero para sacar lo mejor de sus equipos. Se trata, pues, de un amor recíproco, correspondido, de mutua dependencia.
El mejor Torres es aquel que, al levantar la cabeza, mira más allá del último defensa y ve espacios, ve metros, ve prado por el que correr. Espacios. Torres necesita como nadie que los defensores rivales jueguen algo alejados de su propio portero para sacar lo mejor de sí. Entonces es quizás el mejor, el más grande, el más determinante. ¿Cuál es el problema? Pues que no todos los equipos le juegan a Torres como Torres querría que le jugaran.
España, por ejemplo, basa su estilo en tratar de tener el balón y de moverlo con paciencia, esperando un error rival. Dicho rival, siempre, o prácticamente siempre, coloca a sus once jugadores en campo propio, con lo que sólo los futbolistas con más recursos y llegada, Iniesta, Silva o Cesc por ejemplo, disfrutan y destacan en un entorno que les es favorable. Pero no para Torres.
Jugar así, al ataque, con posesión, para él es una cárcel de la que no sabe cómo salir. ¿Qué sucede entonces con Benítez? Todo lo contrario. Benítez es quien le dice al rival que se quede el esférico, que se lo da, que él no lo quiere, pero que le aguardará en campo propio para salir a la contra en cuanto lo recuperen. Por lo que Torres es perfecto. Igual de perfecto que lo fue en aquel Liverpool de Benítez que tan temible resultaba. En la última gran época que les recuerdo yo a uno y a otro.
Pero volverán. ¿Han vuelto? Quién sabe. Pero volverán. No lo dudo. Poco a poco, paso a paso, concepto a concepto. Como le gusta a Rafa. Basta decir que, con Benítez, Torres ha marcado 76 goles en 121 partidos en Inglaterra. Sin él, tan sólo 28 en 114. Juzguen ustedes mismos.