EDITORIAL
PA N A M Á
Contagio y otros cuentos
(cuentos, 2015). Podemos leer
en la contraportada de la obra
lo siguiente: “Una selección de
cuentos es como un hermoso
álbum de fotografías: cada
cuento, cada imagen, se dice muy
breve, muy rápido, pero revela sin
embargo una gran historia, una
historia única”
Nacida en México pero panameña por
consanguinidad, ha publicado ensayos
(Presencia de Pedro Prestán), cuentos
(Las tortugas y otros relatos infantiles;
Contagio y otros cuentos), novelas
(Alquiler fatal; Claudio.com; Los hijos
de la Marimba), teatro (Los fantasmas
del Canal) y poesía (Garras feroces).
O
Los hijos de la marimba (novela, 2016). Arriaga,
un pequeño poblado al suroeste de México,
es el escenario predominante de esta novela.
Heredera de la masacre de la revolución, una
familia revive, a través de un diario, los sucesos
ocurridos a principios de siglo XX.
Sonia Ehlers
Los desorientados
igo sonidos extraños. Me asomo por la ventana. Hay neblina. Se
repiten: plac, plac, plac. Salgo. Atravieso la niebla. Miro hacia la
cúpula de los pinos. Ahí están. Nunca los había visto tan cerca. Vuelan en
círculos. Aletean desorientados. Los observo.
Me siento raro. Crecen mis extremidades. Parezco un simio. Trepo el
pino más alto. El buitre, liderando, me mira fijamente, y yo, sonámbulo,
monto sobre su lomo. Obedezco, guiándolos hasta el matadero. Aterriza-
mos.
Al llegar los matarifes, me confunden con una res. Los buitres, al ritmo
de plac, plac, huelen y saborean mis entrañas.
M
El sacapuntas
e encontraba rebuscando unos documentos en una gaveta de mi
cómoda, cuando de un saco de tela se deslizaron chécheres y
cosméticos. Hubo uno de ellos que llamó poderosamente mi atención: era
el sacapuntas rojo, con la navajilla oxidada de apenas una pulgada, que
usaba mi madre para afilar su lápiz de ceja y el cual cuidaba con esmero.
Mi madre, conservadora en el gasto, nunca lo cambió. Yo pensé, al
contemplarlo, que era el momento adecuado para afilar un par de lápices
que hacía mucho tiempo no tenían el grafito. Al tomar el sacapuntas, que
apenas y funcionaba, sentí un escalofrío entre mis dedos trasladándome a
mi infancia.
Veo las manos de mi madre tratando de sacar filo al lápiz dark Brown,
que al rato usa frente al espejo para acentuar el tono de sus cejas y aquel
lunar sobre el labio superior tan piropeado y cantado. Se viste y sale a
hacer sus mandados esparciendo un aroma fresco a lavanda mientras se
aleja. Al salir, cierra la puerta y yo vuelvo a la realidad.
Un día de mayo, sin acentuar sus colores, acudió al llamado de su
destino y solo me dejó este diminuto y útil artefacto, que atesoro porque,
a través de él, todavía puedo ver sus delicadas manos y aquel lunar al que
tantas veces le canté.
22
Claudio.com pasión en línea (novela,
2013). Fragmento de contraportada:
“Claudio es un anciano que, tras la
muerte de su esposa, vive en casa de
su hija junto a ella, su yerno y Ana, una
oronda mujer que se encarga de las
labores domésticas y a la que trata con
desdén. El único aliciente que le queda en
la vida, y que le hace despertarse con ilusión
cada mañana, es la relación de amistad que
ha entablado a través de Internet con unas
mujeres más jóvenes que él”.
Sonia Ehlers, born in Mexico but
Panamanian in consanguinity, has
published essays (Presence of Pedro
Prestan), short stories (The Turtles
and other children stories, Contagion
and other stories), novels (Rental fatal,
Claudio.com, The children of the
Marimba ), Theater (The Ghosts of the
Canal) and poetry (Fierce Claws).
I
The disoriented
hear strange sounds. I look out the window. There is fog. Repeat:
plac, plac, plac. I go out. I go through the fog. I look at the dome
of the pines. They are there. I had never seen them so close. They fly in
circles. They flutter disoriented. I watch them.
I feel strange. My limbs grow. I look like an ape. I climb the tallest pine.
The vulture, leading, stares at me, and I, sleepwalker, on his back. I obey,
guiding them to the slaughterhouse. We landed.
When the killers arrive, they confuse me with a cow. The vultures, to
the rhythm of plac, plac, smell and savor my entrails.
I
The sharpener
found myself scouring some documents in a drawer of my dresser
when cloths and cosmetics slipped from a cloth sack. There was one
of them that attracted my attention: it was the red pencil sharpener, with
the rusty blade barely an inch, which my mother used to sharpen her eye-
brow pencil and which she took care of carefully.
My mother, conservative in spending, never changed it. I thought, as I
looked at it, that it was the right time to sharpen a pair of pencils that had
not had the graphite for a long time. As I took