Periódico Casco Antiguo News Edición 14 - JUNIO 2017 | Page 22

EDITORIAL PA N A M Á Contagio y otros cuentos (cuentos, 2015). Podemos leer en la contraportada de la obra lo siguiente: “Una selección de cuentos es como un hermoso álbum de fotografías: cada cuento, cada imagen, se dice muy breve, muy rápido, pero revela sin embargo una gran historia, una historia única” Nacida en México pero panameña por consanguinidad, ha publicado ensayos (Presencia de Pedro Prestán), cuentos (Las tortugas y otros relatos infantiles; Contagio y otros cuentos), novelas (Alquiler fatal; Claudio.com; Los hijos de la Marimba), teatro (Los fantasmas del Canal) y poesía (Garras feroces). O Los hijos de la marimba (novela, 2016). Arriaga, un pequeño poblado al suroeste de México, es el escenario predominante de esta novela. Heredera de la masacre de la revolución, una familia revive, a través de un diario, los sucesos ocurridos a principios de siglo XX. Sonia Ehlers Los desorientados igo sonidos extraños. Me asomo por la ventana. Hay neblina. Se repiten: plac, plac, plac. Salgo. Atravieso la niebla. Miro hacia la cúpula de los pinos. Ahí están. Nunca los había visto tan cerca. Vuelan en círculos. Aletean desorientados. Los observo. Me siento raro. Crecen mis extremidades. Parezco un simio. Trepo el pino más alto. El buitre, liderando, me mira fijamente, y yo, sonámbulo, monto sobre su lomo. Obedezco, guiándolos hasta el matadero. Aterriza- mos. Al llegar los matarifes, me confunden con una res. Los buitres, al ritmo de plac, plac, huelen y saborean mis entrañas. M El sacapuntas e encontraba rebuscando unos documentos en una gaveta de mi cómoda, cuando de un saco de tela se deslizaron chécheres y cosméticos. Hubo uno de ellos que llamó poderosamente mi atención: era el sacapuntas rojo, con la navajilla oxidada de apenas una pulgada, que usaba mi madre para afilar su lápiz de ceja y el cual cuidaba con esmero. Mi madre, conservadora en el gasto, nunca lo cambió. Yo pensé, al contemplarlo, que era el momento adecuado para afilar un par de lápices que hacía mucho tiempo no tenían el grafito. Al tomar el sacapuntas, que apenas y funcionaba, sentí un escalofrío entre mis dedos trasladándome a mi infancia. Veo las manos de mi madre tratando de sacar filo al lápiz dark Brown, que al rato usa frente al espejo para acentuar el tono de sus cejas y aquel lunar sobre el labio superior tan piropeado y cantado. Se viste y sale a hacer sus mandados esparciendo un aroma fresco a lavanda mientras se aleja. Al salir, cierra la puerta y yo vuelvo a la realidad. Un día de mayo, sin acentuar sus colores, acudió al llamado de su destino y solo me dejó este diminuto y útil artefacto, que atesoro porque, a través de él, todavía puedo ver sus delicadas manos y aquel lunar al que tantas veces le canté. 22 Claudio.com pasión en línea (novela, 2013). Fragmento de contraportada: “Claudio es un anciano que, tras la muerte de su esposa, vive en casa de su hija junto a ella, su yerno y Ana, una oronda mujer que se encarga de las labores domésticas y a la que trata con desdén. El único aliciente que le queda en la vida, y que le hace despertarse con ilusión cada mañana, es la relación de amistad que ha entablado a través de Internet con unas mujeres más jóvenes que él”. Sonia Ehlers, born in Mexico but Panamanian in consanguinity, has published essays (Presence of Pedro Prestan), short stories (The Turtles and other children stories, Contagion and other stories), novels (Rental fatal, Claudio.com, The children of the Marimba ), Theater (The Ghosts of the Canal) and poetry (Fierce Claws). I The disoriented hear strange sounds. I look out the window. There is fog. Repeat: plac, plac, plac. I go out. I go through the fog. I look at the dome of the pines. They are there. I had never seen them so close. They fly in circles. They flutter disoriented. I watch them. I feel strange. My limbs grow. I look like an ape. I climb the tallest pine. The vulture, leading, stares at me, and I, sleepwalker, on his back. I obey, guiding them to the slaughterhouse. We landed. When the killers arrive, they confuse me with a cow. The vultures, to the rhythm of plac, plac, smell and savor my entrails. I The sharpener found myself scouring some documents in a drawer of my dresser when cloths and cosmetics slipped from a cloth sack. There was one of them that attracted my attention: it was the red pencil sharpener, with the rusty blade barely an inch, which my mother used to sharpen her eye- brow pencil and which she took care of carefully. My mother, conservative in spending, never changed it. I thought, as I looked at it, that it was the right time to sharpen a pair of pencils that had not had the graphite for a long time. As I took