Georgina M. Arredondo Ayala & José Luis Arriaga Ornelas
principal. Aunque la cifra se ha mantenido estable durante el último trienio, registrándose un creciente número de migrantes de retorno, no hay
indicios para sostener una versión contraria a que “dicho estancamiento
será transitorio, tal como ha ocurrido en crisis económicas anteriores en los
Estados Unidos”; más bien puede preverse que “el flujo continuará quizás
a los niveles previos a la crisis una vez que la economía norteamericana
retome sus ritmos de crecimiento” (BBVA Research, 2011, p. 2).
Este extendido y dinámico fenómeno migratorio ha sido estudiado
desde al menos dos grandes perspectivas: una macrosocial, que hace hincapié en las variables económicas en la expulsión o atracción, y otra microsocial, que estudia la cotidianidad de los protagonistas. En ambos casos la
migración es puesta en calidad de proceso y, como dice Durand y Schiavon, pese a que la “heterogeneidad es lo que caracteriza a la emigración
latinoamericana, se pueden también distinguir etapas, definir procesos y
analizar patrones peculiares” (Durand & Schiavon, 2010, p. 26). Claramente es en esto último en lo que se ha centrado la atención: en definir tipologías y caracterizar procesos; sin embargo, claramente hablar de migración
implica también las dimensiones de lo social, lo temporal y lo espacial.
La migración es un proceso social porque se explica no solo a partir de factores económicos y políticos, sino que es el resultado de
una compleja dinámica de cambios y múltiples interacciones que
afectan al conjunto de la sociedad (Massey et al., 1987). Es temporal porque se desarrolla de manera procesal y supone fases: la
partida, donde se enfatizan las causas; el arribo, donde se destaca el proceso de adaptación o integración y, finalmente, el impacto de fenómeno migratorio en la sociedad de destino (Massey
et al., 1987; Portes, 2007). También pueden considerarse como
fases complementarias las consecuencias y relaciones con el lugar de origen, tema predilecto de los transnacionalistas (Levit &
Glick Schiller, 2004; Guarnizo, 1994) y la migración de retorno
(Durand, 2010; Egea et al., 2005). Finalmente, el proceso migratorio tiene una dimensión espacial porque el cambio de residencia modifica el ámbito de las relaciones sociales de los migrantes. (Durand & Schiavon, 2010, p. 35)
14 | Paradigmas, ene.-jun., 2014, Vol. 6, No. 1, 11-35