El objetivo central de la educación es crear alumnos con iniciativa y
autodeterminación, que sepan colaborar solidariamente con sus semejantes sin que
por ello dejen de desarrollar su individualidad. Para ello “la educación debe integrar lo
intelectual, lo afectivo y lo interpersonal” (Gutiérrez, 2003, p.36).
El docente debe permitir que los alumnos aprendan, impulsando y promoviendo todo
tipo de experiencia que ellos mismos inicien o decidan emprender; debe interesarse
auténticamente en el estudiante como persona total, ser auténtico con ellos, rechazar
toda posición autoritaria, entender sus necesidades y problemas, poniéndose en su
lugar (empatía).
Es decir, se trata de una educación centrada en el alumno que requiere la utilización
de recursos no tradicionales, diversos y cercanos a la realidad del estudiante, tales
como el uso de problemas reales (incluso los de los propios alumnos); el
establecimiento de contratos, es decir , la negociación de objetivos, de actividades y
de los criterios para lograrlos; trabajos de investigación y desarrollo de proyectos,
tutorías entre compañeros y, particularmente, el fortalecimiento de la autoevaluación.