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En la Autovía dirección Cartagena-Murcia-Alicante, a unos siete u ocho metros por debajo de la misma, se abandonó hace cuatro años un edificio a medio construir y de cuyo esqueleto sólo se mantienen los Ángeles Caja Aracil Departamento de Educación Física 36 pilares, el suelo y las escaleras. Por tanto, como podéis com- prender, no hay muros ni paredes. Por tanto, también como podéis suponer, el viento, el frío, el calor y la lluvia, pasan de un lado a otro sin pedir permiso. Tampoco pide audiencia el ruido continuo y es- tresante del paso de coches por seis carriles, además del machacón tic- tac de las cicatrices que marcan el enlace de unas piezas de cemento con otras, para formar la curva del puente. ¡Ah! Sin olvidar que tres focos de luz, los únicos que hay en esa zona, siempre encendidos, están dirigidos, caprichosamente, hacia esos tres pisos, muertos antes de nacer. Y la pregunta es: “¿A quiénes tienen que pedir permiso los ele- mentos de la Naturaleza y los con- taminantes? Pues a los moradores de ese edificio. Así es. En esos tres pisos, ¿vi- ven?, malviven y se enjugan las lágrimas con sus almas, personas de otros países. Países como Mali, Níger y Nigeria. Y cerca de allí, por casualidad, habita una persona a la que co- nozco de muchos años, que me da información diaria de cómo se de- Pandora sarrolla la existencia de estas per- sonas en nuestro Primer Mundo. Y me contaba mi amiga, que suelen comer una vez al día y, la mayoría de veces, “ligerito” para evitar las digestiones pesadas; que no tienen problemas de colapso en los cuar- tos de baño, porque el que llega primero ocupa el trozo de tierra que aún no ha sido visitado por nadie (salvo por las ratas); pero, sinceramente, creo que mi amiga exagera, pues en cuatro años unos metros alrededor del edificio, dan para poca elección; que por las no- ches, en los días de frío intenso, en vez de cenar, se reúnen formando un corro muy apretado, rozándo- se unos a otros con el fin de sentir algo caliente en el estómago… aun- que sea el aliento del vecino. Y en verano, los apartamentos resultan “fresquitos”, porque aunque haga un bochorno de 46º, lo sobrelle- van muy bien gracias a las co- rrientes de aire (tórrido). Dice mi amiga, y yo me lo creo, que casi todos los vier- nes, cuando ella va a Mercadona, les hace la compra a ellos también, en la medida de sus posibilidades monetarias, adaptando las vituallas a las condiciones de conservación del medio; por eso, les lleva leche (que con la elevada temperatura de la madrugada, no se les agria), pan, galletas, fruta, y algunas latas de conservas. También comenta mi amiga que suele variarles el menú, para que coman equilibradamente, como nos aconseja la Consejería de Sanidad o sea, que sigan una dieta mediterránea. E incluso, en Navi- dad, les lleva a estos musulmanes, turrón, polvorones y peladillas para que tengan medida del tiempo de sus desdichas. Otra Navidad, otro año pasado. Añade mi amiga que, cuando aparca el coche delante de estos apartamentos, se asoman ensegui- da al “balcón” ocho caras con ojos de terror por si fuera otra vez la policía. Pero al comprobar que el puso el sobre al trasluz y leyó lo siguiente a través de él: “Querida madre: debes estar muy tranquila, no sufras por mí, porque todo me va muy bien. Nada más atracar la patera a las costas de Águilas, un guardia civil muy simpático, me acompañó a un hotel comunita- rio que tienen aquí, y nos die- ron un buen recibimiento (café con leche, galletas y una manta de “oro”). Enseguida, nos asig- naron puestos de trabajo por las distintas ciudades de Murcia. En principio, estas tareas no tienen mucha responsabilidad, pero que con el tiempo, pueden hacerme fijo. Mi trabajo lo desarrollo en el prestigioso barrio de la Fama, organizando el aparcamiento de coches; lo que sí noto es que pese al nivel económico y cultural de esta zona, hay mucha competen- cia. Los murcianos son muy ama- bles; nos han cedido gratuitamen- te, unos apartamentos que están hechos de materiales muy ligeros (cartón, planchas finas de madera y exóticas telas). También inclu- ye, un servicio gratuito que te trae la compra a domicilio, y la luz de balde día y noche. Lo único que corre de mi cuenta es el agua, que tengo que transportar en grandes botellas que lleno desde una tube- ría averiada, y que después acarreo, una a una, hasta el apartamento. Nunca estoy enfermo, me alimen- to muy bien y llevo una excelente vida social. Lágrimas en “África Resort” ruido del motor es el de mi amiga, se llaman unos a otros, y la salu- dan elevando los brazos con gran- des sonrisas y gritos de bienvenida como si estuvieran con Rajoy en un mitin de adeptos. Entonces, mi colega pega un grito llamando a Koffe, que es un mozo pequeño de estatura, pero muy recio, tanto como negra es su piel. El nigeria- no baja de dos en dos la escalera y se acerca a la susodicha, repitien- do sin cesar: “gracias mami”, “tú, nuestra mami”. Y se despiden has- ta el viernes próximo, que será la siguiente cita. Aún a lo lejos, mi amiga ve los reflejos de las blancas sonrisas y las manos diciendo adiós muy efusi- vamente… posiblemente rememo- rando el día que dejaron su digni- dad en sus pueblos, con la mirada transformada en un caleidoscopio de padres y hermanos. Y muchas veces, cuando de buena mañana me dirijo a mi tra- bajo y los veo lavándose los dientes en el pretil de sus balcones, con la mirada fija en el despertar del sol, me pregunto de qué tragedia grie- ga han salido estas personas para que, ni en momentos tan duros, olviden la higiene personal. Dice mi amiga que, una vez, uno de ellos llamado Gulaá, le dio un sobre que contenía una carta dirigida su madre que vivía en una aldea de Mali, y le pidió que la llevara a correos. Mi cono- cida es muy curiosa y a veces, algo indiscreta, y sin ningún recato, “Madre, no sufras por mi. Estoy bien. Alá lo sabe. Tu hijo que te adora y añora. Gulaá”. En cuanto pueda, os mando dinero para que recuperéis la cabra que tuvisteis que malvender para pagar mi billete en la patera. Madre, no sufras por mí. Es- toy bien. Alá lo sabe. Tu hijo que te adora y añora. Gulaá”. A esta historia inacabada, sólo me queda añadir que jamás se ha sabido de escándalos entre ellos o falta de entendimiento con otras personas que viven cerca. Son lim- pios, tranquilos y huelen a una pro- funda dignidad que más de uno la quisiera para sí. Sólo desean inte- grarse en esta sociedad pútrida, in- humana, decadente y egoísta. ¡Vano deseo el de estos angélicos negros! Que no se engañen, están condenados a no tener futuro, a no poder formar una familia, a no oír las risas de sus hijos, a no tener una casa que los proteja, a no tener un trabajo que les permita subsis- tir con plenos derechos, a no estar amparados, en definitiva, por la Constitución… Y si les preguntas por qué están aquí, te dicen: “allí se estaba peor…” Eso dice mi amiga. Así es. En esos tres pisos, ¿viven?, malviven y se enjugan las lágrimas con sus almas, personas de otros países. Países como Mali, Níger y Nigeria. Pandora 37