Loli Meseguer
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A mediados del pasado mes de noviembre, ha-
blando con mi amiga María, me enteré de que se
organizaba un concurso de Relato Histórico en la
Región de Murcia. Hacía tres años que me iba pre-
sentando a estos eventos literarios organizados por
el Ayuntamiento de Molina de Segura, así que de-
cidí presentar una obra. Lo más difícil en mi opi-
nión siempre es encontrar la idea en la que se basa
tu historia, pero en mi caso no fue muy complicado
hallarla. Cuando salgo a Murcia con amigos, siempre
comento lo bonita que es nuestra catedral. Y aquello
que impacta a mucha gente es que allí está el co-
razón de Alfonso X, así que a partir de ahí, y tras
horas de buscar información, desarrollé el nudo del
relato. Al acabar, y cumpliendo con las bases del con-
curso, lo presenté en el Museo Arqueológico, y con
las mismas seguí mi rutina de exámenes y trabajos,
olvidando por completo que había entregado la obra.
Un domingo a las nueve de la noche, mientras estaba
cenando me llamaron al móvil y me comunicaron
que había ganado, aunque hasta la Entrega de Pre-
mios no supe que era el Primer Premio. Ésta tuvo
lugar el treinta de noviembre en la Sala de Plenos del
Ayuntamiento de Molina, y para los más curiosos,
mi regalo fue un lote de libros de la Academia Al-
fonso X y un libro electrónico. Estoy muy contenta
y más motivada aún para continuar escribiendo, y os
animo y recomiendo a todos vosotros que probéis
esta experiencia, resultéis o no vencedores. Porque
escribiendo puedes expresar sentimientos, plasmar
hechos y crear tu mundo perfecto.
Pandora
EL MISTERIO DEL ÓRGANO PERDIDO
—Y ya hemos llegado a la Catedral de Murcia,
o mejor dicho, Catedral de Santa María. Comenzó
siendo un templo cristiano dedicado a Santa María,
de ahí su nombre. Su construcción comenzó en 1394,
con estilo gótico. Pero sus posteriores reformas la han
dotado de zonas con otros estilos, como una fachada
barroca, la que ahora podéis contemplar, que reem-
plazó la antigua renacentista, debido a daños causados
por una riada del río Segura. Si seguís caminando lle-
gamos a la puerta de los Apóstoles. ¿Alguien sabe el
estilo que presenta?
—¿Gótico, profesora?
—¡Muy bien, Francisco! Sigamos rodeando el mo-
numento, que vamos mal de tiempo. Bien, ahora nos
encontramos en la puerta de las cadenas, un ejemplar
renacentista, y donde se puede ver la torre campanario
con más claridad. Como hemos estudiado en clase an-
tes de venir, y confío en que muchos lo sepáis, la torre
consta de diferentes cuerpos: dos renacentistas con va-
riaciones decorativas, una tercera barroca, en el cuarto
hay cuatro temples con cúpulas piramidales, y el quinto
es el campanario, de estilo rococó. ¡Os recuerdo que
mañana tenemos el examen! Pero, lo más interesante e
impresionante de todo es lo que esta maravilla guarda
en su interior. ¿Alguien me dice qué?
—¡El corazón y las entrañas de Alfonso X El Sa-
bio! — dijeron todos los alumnos a la vez, con ímpetu.
—Eso es, chicos. ¿No os parece increíble que es-
Loli Meseguer
tén en esa urna, en el presbiterio, a pocos metros de
donde nos encontramos? Aunque, según dicen, Al-
fonso quería que su corazón fuese enterrado en Tierra
Santa y no se cumplió su voluntad. Habladurías, en
mi opinión. El monarca amaba Murcia. Es precioso
este altar, ¿no os parece? Bueno, continuemos.
—¡Eh, Iván! Ven, ven —susurró Julián a su amigo
mientras el resto del grupo continuaba la visita por las
distintas capillas. —Yo no me trago que estén ahí el
corazón y las entrañas de Alfonso X.
—Pues tendrás que hacerlo, así lo ha marcado la
historia —contestó este.
—Pues yo quiero pruebas. Venga, acompáñame
hasta ahí a ver. No hay párrocos, y sólo está nuestro
cole de visita a esta hora, viendo las capillas de la otra
punta de la catedral. Además, sólo serán unos minu-
tos. Venga, ayúdame.
—Como nos pillen, nos la cargamos.
—Que no, venga, rápido. Las rejas están abiertas,
menudos estúpidos. ¡Ja! Mejor para nosotros.
—Corre, venga, está en esa urna de piedra de ahí,
literario
Alfonso X y su corazón
con los heraldos que la profesora nos enseñó ayer en
la foto ampliada. Ve rápido y no rompas nada.
—¡Pesao! Ya. Oye, esto pesa un quintal —Julián
empuja, pero sin éxito—. Puf. Ayúdame a apartar la
piedra.
Deseoso de acabar con aquello, Iván ayuda a su
amigo en la terrible locura que se propone, y final-
mente logran apartar la piedra algo menos de la mi-
tad, lo justo para ver con claridad lo que esconde su
interior.
—¿Ves? —le reprocha Julián —, te dije que aquí
dentro no había nada —Iván mira una y otra vez, ató-
nito de ver que su amigo tenía razón, y que aquella
urna no contenía órgano alguno.
—¿Y qué hacemos? —pregunta Iván—. No po-
demos decírselo a la profesora, pues nos castigará. Y
ni mencionar al párroco.
—Dejemos que todos crean lo que oyen, ¿para
qué chafar las ilusiones de la gente? Nosotros sabe-
mos la verdad, y es suficiente, de momento. Volvamos
a tapar esto y larguémonos rápidamente antes de que
nos pillen.
—Sí. Pero, Julián, entonces, ¿dónde está el cora-
zón de Alfonso X?
Años antes, en 1854…
—Oh, tendremos mucho trabajo con este in-
cendio. Todo el altar mayor está dañado. Deberemos
restaurarlo, y también la urna de Alfonso X y otros
muchos detalles de la catedral —comentó Mariano
Pescador a su compañero.
—Veámoslo como un nuevo reto y un gran honor,
Mariano —respondió Antonio José Palao.
—Que así sea, pues.
Tras varios meses, Antonio José le comenta a
Mariano que la restauración de la urna está concluida,
pero que el altar mayor aún requiere mucho tiempo
de trabajo.
—Muy bien, ya veo. Toda obra de arte necesita
su período de creación, y la prisa le resulta enfermiza
—dice el señor Pescador.
—Sí. Pero si me lo permite, quiero hacer un viaje
para liberar mi inspiración y soltura en el trabajo. Un
tiempo de relajación, ¿sabe usted?
—¿Quiere usted volver a Zaragoza?
—No, mi intención es viajar a Jerusalén.
—Oh, buen destino para inspirarse mientras res-
taura uno una catedral.
—Eso pensé yo. Estaré de vuelta en una semana.
—Aquí le espero, señor Palao. Espero que traiga
nuevas ideas que comentar y ganas de trabajar.
Tres días después, Antonio José Palao ya está
en Jerusalén, andando por el Monte Calvario, a sus
afueras. En lo más alto, cava un hoyo medianamente
profundo, y posa en él un pañuelo cubriendo algo con
forma más o menos ovalada.
—Su voluntad ha sido cumplida, Alfonso. Ya
puede descansar en paz.
Nadie puede saber nada con absoluta certeza,
quizás esa fuese la verdadera voluntad del monarca.
Aunque a mí me gusta pensar que todo se hizo como
él deseaba y que su corazón descansa en paz en la Ca-
tedral de Murcia. ¿O no?
Pandora
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