Outlander Magazine Número 7 (marzo 2018) | страница 33

UNA SECCIÓN DE LAURA MULA ¿Qué tendrá lo británico que vuelve locos al resto de los mor- tales? El aura de misterio que rodea a las islas, especialmente lo relativo a Escocia, nos invita a querer conocer de primera mano sus secretos. En este particular, vamos a dedicarle un hueco al lugar que robó el corazón a las dos reinas más emblemáticas de Reino Unido: Victoria I e Isabel II de Inglaterra. En la actualidad, tenemos nociones de este lugar gracias a que la realeza inglesa disfruta de sus instalaciones en tempora- das estivales, pero su historia se remonta hasta el siglo XV. Si- tuado en el condado de Aberdeenshire, en algún lugar perdido en medio del Parque Nacional de Cairngorms, es un parada obli- gatoria para todo amante de la naturaleza y lo royal, dado que está a medio camino entre Edimburgo e Inverness. La Reina Victoria y el Príncipe Albert fueron quienes convirtie- ron el sueño escocés en una realidad. En 1842, tras dos años de matrimonio, decidieron hacer las maletas y dejarse llevar por los encantos de las Tierras Altas. Poco tiempo después, seis años para ser exactos, Alberto decidió comenzar la transacción en nombre del Príncipe de Gales, para hacer efectivo el trato en 1852. Sin embargo, ¿quién podría decir que un palacio podría que- darse pequeño? Efectivamente, con una familia creciente –en total, su descendencia alcanzó la friolera de 9 vástagos, entre ellos su sucesor, Eduardo VII-, la edificación original pareció in- suficiente. Por este motivo, hicieron llamar al arquitecto con mayor renombre del área, el City Arquitect of Aberdeen, William Smith. Las obras, no tan largas como las de la Sagrada Familia, du- raron 4 años. Durante este período, la familia permaneció en el anterior palacio, mientras que el equipo dedicó su tiempo a la construcción de un nuevo complejo que daría cabida a toda la fa- milia real inglesa, incluyendo toda la parafernalia que acarrea de- bido a su estatus y sus invitados. Por desgracia, decidieron demoler el edificio tras la finalización de la nueva ubicación. Sea- mos francos, podrían haberla dejado como casa para invitados. Los 50.000 acres que componen la finca –unas 2.000 hectá- reas aproximadamente- se coronan en una construcción dividida en dos alas separadas. Una de ellas contiene los denominados “apartamentos”, destinados a la vida de los propietarios, familia- res y allegados; el espacio restante queda ocupado por el perso- nal de servicio. Un dato curioso relativo a su propiedad se remonta hasta la muerte de Her Majesty en 1901. Los derechos sucesorios, espe- cialmente los de la Corona Británica, son un hot potato en toda regla. No obstante, resulta curioso que, tras su deceso, las escri- turas fueran a parar directamente a su primer varón por ob ra y gracia de su testamento. No es de extrañar que fuera así, pero con tantos descendientes, resulta llamativo. De hecho, no pode- mos olvidar que la primogénita fue la propia Victoria del Reino Unido, quien posteriormente sería Emperatriz de Alemania. De esta manera, a través de generaciones y generaciones de sobe- ranos, la titularidad de Balmoral llegó hasta la cabeza de los Windsor, Isabel II. Excepto por los meses en los que Balmoral se convierte en la residencia de la monarquía del Reino Unido, todavía existe la po- sibilidad de poderte poner en sus zapatos el resto del tiempo. La gran atracción turística, consecuencia de la relación su relación con los Windsor, convierte a la propiedad en un imán para los vi- sitantes. No es de extrañar que, a la postre, se haya convertido en autosuficiente, puesto que los beneficios superan los gastos subyacentes de su actividad. Su potencial, gratamente derivado de las remodelaciones in- troducidas durante generaciones, es exquisito. La suma de sus grandes parcelas teñidas de verde y sus salones es capaz de transportarte a otra época, aquella teñida por la magnanimidad de su anfitriona: Alexandrina Victoria de Hannover.