La actividad humana ya sobrepasa la capacidad de
nuestro planeta como para ser sostenida a largo
plazo. La insistencia en el crecimiento material y los
beneficios a corto plazo derivados de la misma se
han impuesto a los objetivos a largo plazo. El coste
de esta dinámica sigue creciendo en tanto que los
beneficios de las alternativas sostenibles, que están
a nuestra disposición en una medida creciente,
no disimulan el hecho de que nos empecinamos en
justificar nuestras acciones. O más bien nuestra inacción.
Llegará un momento en el cual la humanidad
se verá forzada a vivir de desarrollarse de forma sostenible
o, de lo contrario, no podrá seguir existiendo.
Es esta una realidad que aún no hemos terminado
de entender.
Desde los activistas y grupos de acción hasta los
directivos que representan a empresas de corte progresista
debaten “la construcción de un futuro sostenible”
aunque el propio concepto de sostenibilidad
definido por las Naciones Unidas en 1987 en arreglo
a “satisfacer las necesidades del presente sin comprometer
la capacidad de las generaciones futuras
de satisfacer sus propias necesidades” se convierte
demasiado a menudo en un asunto nebuloso que se
debate mayoritariamente a través de declaraciones
ambiguas en tanto que los intentos de materializarlo
tienden a limitarse a reducir el impacto negativo
sobre nuestro medio ambiente más que a producir
38 OTWO 11 / JUNE 2020