OTWO Magazine January 2020 | Page 58

Topping a gentle hill within La Janda region, Vejer de la Frontera, in the province of Cádiz, features a very special cultural asset: a traditional outfit consisting in a coat and skirt which since the 19th century has popularly been known as Cobijado. Since time im- memorial, it has been a charming feature for both locals and visitors. When visiting the region in 1832, Richard Ford, the famous London Romantic traveller, compared Cobijados with the burkas worn by Moori- sh women. They envelope local women in an aura of mystery, bringing back the times of splendour which this land enjoyed for over five centuries (8th to 13th.) In reality, the outfit originated between the 16th and 17th centuries, in Castilla, and not even its patterns resemble an Islamic origin. Such was the popularity of Cobijados among the Christian kingdoms that they rapidly spread throughout the peninsula and beyond and are known to have been worn even in the Ame- rican continent, where they probably inspired further typical local outfits such as the “tapada limeña” du- ring the Vice Royalty period in Peru. Despite its humble and simple appearance, it is actually a rich ornamented dress that consists of many parts including a white petticoat with embroi- dered straps, a white lace-adorned blouse showing the owner’s social condition, a black skirt fitted to the waist and a black silk-lined cloak which cove- red the whole body except for the women’s left eye. Some claim that this was originally a high-society outfit worn by women who aimed to keep a distin- guishing pale skin in contrast with humble working women who had to work from dawn to dusk. Either married or widowed local women used to wear Cobijados on a daily basis. They would uncover part of their outfit in discreet places such as chur- ches, where they wore a scarf over their head. The importance of this outfit is reflected in several histo- rical records, mostly testaments, in which the coat and skirt often appear as part of inheritance assets. The use of this outfit has been forbidden many times since its earliest days. Philip II in 1586 and Philip III in 1610 both banned Cobijados but popu- lar fondness for these traditional garments ensured their survival in the area. This persisted until the decisive moment when the II republic government issued a definite prohibition claiming that it could allow eventual criminals to hide their identity. After 56 Encaramado en la cima de una suave colina de la Comarca de la Janda, Vejer de la Frontera (Cádiz) conserva un legado cultural en forma de traje tra- dicional de manto y saya, conocido popularmente desde el siglo XIX como Cobijado, que ha cautivado a propios y extraños desde tiempos inmemoriales. Richard Ford, el célebre viajero londinense de la Europa del Romanticismo, al pasar en 1832 por la comarca y observar a las mujeres engalanadas con el cobijado, llegó a afirmar que le recordaba al burka que portaban las mujeres moriscas. Y, es que el cobi- jado envuelve a las mujeres vejeriegas en un halo de misterio que evoca reminiscencias de ese esplendor andalusí que pervivió en este fausto territorio du- rante más de cinco siglos (desde el VIII al XIII). Sin embargo y nada más lejos de la realidad, el cobijado hunde sus raíces en la Castilla profunda de los siglos XVI y XVII, y ni tan siquiera usa los mismos patrones que las indumentarias de origen islámico. Fue tan importante su implantación en los reinos cristianos que llegó a extenderse rápidamente por toda la pe- nínsula, traspasando incluso fronteras y alcanzando el continente americano, donde posiblemente evolu- cionaría hacía otros modelos, como sería el caso de la tapada limeña durante el virreinato del Perú. Aunque a simple vista da la impresión de ser un traje sobrio y pobre, en su conjunto destaca por la opulencia de su ornato, estando compuesto por va- rias piezas, entre las que destacan unas enaguas blancas con tiras bordadas, una blusa blanca ador- nada con encajes, cuya composición dependía de la posición económica y social de la portadora, una saya negra sujeta a la cintura, a la cual le sobresalía el encaje bordado de las enaguas y un manto negro fruncido con un forro de seda, que cubría a la mujer completamente, excepto el ojo izquierdo que queda- ba al descubierto. Hay quien piensa que, en su ori- gen, este traje estuvo reservado a las clases sociales más elevadas, cuyas mujeres deseaban mantener un color de piel blanquecino para diferenciarlas de aquellas otras que, por pertenecer a clases más po- pulares, se veían obligadas de trabajar de sol a sol. Tradicionalmente fue la indumentaria de calle que portaban las mujeres vejeriegas en su quehacer diario, sobre todo casadas y viudas. En lugares públi- cos siempre solían ir tapadas y tan sólo en lugares discretos y cerrados, como podría ser la iglesia, se OTWO 06 / JANUARY 2020 OTWO 06 / JANUARY 2020 57