Topping a gentle hill within La Janda region, Vejer de
la Frontera, in the province of Cádiz, features a very
special cultural asset: a traditional outfit consisting
in a coat and skirt which since the 19th century has
popularly been known as Cobijado. Since time im-
memorial, it has been a charming feature for both
locals and visitors. When visiting the region in 1832,
Richard Ford, the famous London Romantic traveller,
compared Cobijados with the burkas worn by Moori-
sh women. They envelope local women in an aura of
mystery, bringing back the times of splendour which
this land enjoyed for over five centuries (8th to 13th.)
In reality, the outfit originated between the 16th and
17th centuries, in Castilla, and not even its patterns
resemble an Islamic origin. Such was the popularity
of Cobijados among the Christian kingdoms that they
rapidly spread throughout the peninsula and beyond
and are known to have been worn even in the Ame-
rican continent, where they probably inspired further
typical local outfits such as the “tapada limeña” du-
ring the Vice Royalty period in Peru.
Despite its humble and simple appearance, it is
actually a rich ornamented dress that consists of
many parts including a white petticoat with embroi-
dered straps, a white lace-adorned blouse showing
the owner’s social condition, a black skirt fitted to
the waist and a black silk-lined cloak which cove-
red the whole body except for the women’s left eye.
Some claim that this was originally a high-society
outfit worn by women who aimed to keep a distin-
guishing pale skin in contrast with humble working
women who had to work from dawn to dusk.
Either married or widowed local women used to
wear Cobijados on a daily basis. They would uncover
part of their outfit in discreet places such as chur-
ches, where they wore a scarf over their head. The
importance of this outfit is reflected in several histo-
rical records, mostly testaments, in which the coat
and skirt often appear as part of inheritance assets.
The use of this outfit has been forbidden many
times since its earliest days. Philip II in 1586 and
Philip III in 1610 both banned Cobijados but popu-
lar fondness for these traditional garments ensured
their survival in the area. This persisted until the
decisive moment when the II republic government
issued a definite prohibition claiming that it could
allow eventual criminals to hide their identity. After
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Encaramado en la cima de una suave colina de
la Comarca de la Janda, Vejer de la Frontera (Cádiz)
conserva un legado cultural en forma de traje tra-
dicional de manto y saya, conocido popularmente
desde el siglo XIX como Cobijado, que ha cautivado
a propios y extraños desde tiempos inmemoriales.
Richard Ford, el célebre viajero londinense de la
Europa del Romanticismo, al pasar en 1832 por la
comarca y observar a las mujeres engalanadas con
el cobijado, llegó a afirmar que le recordaba al burka
que portaban las mujeres moriscas. Y, es que el cobi-
jado envuelve a las mujeres vejeriegas en un halo de
misterio que evoca reminiscencias de ese esplendor
andalusí que pervivió en este fausto territorio du-
rante más de cinco siglos (desde el VIII al XIII). Sin
embargo y nada más lejos de la realidad, el cobijado
hunde sus raíces en la Castilla profunda de los siglos
XVI y XVII, y ni tan siquiera usa los mismos patrones
que las indumentarias de origen islámico. Fue tan
importante su implantación en los reinos cristianos
que llegó a extenderse rápidamente por toda la pe-
nínsula, traspasando incluso fronteras y alcanzando
el continente americano, donde posiblemente evolu-
cionaría hacía otros modelos, como sería el caso de
la tapada limeña durante el virreinato del Perú.
Aunque a simple vista da la impresión de ser un
traje sobrio y pobre, en su conjunto destaca por la
opulencia de su ornato, estando compuesto por va-
rias piezas, entre las que destacan unas enaguas
blancas con tiras bordadas, una blusa blanca ador-
nada con encajes, cuya composición dependía de
la posición económica y social de la portadora, una
saya negra sujeta a la cintura, a la cual le sobresalía
el encaje bordado de las enaguas y un manto negro
fruncido con un forro de seda, que cubría a la mujer
completamente, excepto el ojo izquierdo que queda-
ba al descubierto. Hay quien piensa que, en su ori-
gen, este traje estuvo reservado a las clases sociales
más elevadas, cuyas mujeres deseaban mantener
un color de piel blanquecino para diferenciarlas de
aquellas otras que, por pertenecer a clases más po-
pulares, se veían obligadas de trabajar de sol a sol.
Tradicionalmente fue la indumentaria de calle
que portaban las mujeres vejeriegas en su quehacer
diario, sobre todo casadas y viudas. En lugares públi-
cos siempre solían ir tapadas y tan sólo en lugares
discretos y cerrados, como podría ser la iglesia, se
OTWO 06 / JANUARY 2020
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