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on the squares were brimming with enthusiastic
patrons. We followed the parking signage through
colourful cliff-top houses, descending to sea level
around the central Plaza de la Marina. Disappointin-
gly our search for a parking space was unsuccessful,
everything was full. Reluctantly we left Cudillero
with its postcard-worthy looks.
Finally, we managed to park the car ninety kilome-
tres away in another of those sleepy fishing towns
on the coast—Lastres (Llastres in Asturian), awar-
ded the Principe de Asturias prize for being the most
exemplary Asturian municipality in 2010. Parking in
Lastres was relatively easy, the signage took us into
a make-shift carpark in an open field. Finding a ta-
ble in the town was a different matter. Just like in
Cudillero, everything was full. Not finding a restau-
rant quickly made only for half break, it allowed us
to walk all around the charming little houses, from
whose whitewashed facades hung an assortment
of nets, ropes, and cordages. We strolled through
stairways and sheltered passages that led to plazas
full of sardine-can tapas bars heaving with people.
Lastres was enchanting by all standards, walking
around was a delight but it was now well past our
lunch hour. We had entered a variety of inviting bars
and restaurants looking for a table, but everything
was full. Finally on the side of a steep hill on the way
back to the carpark we found a table and had a good
albeit late lunch.
After a nice seafood lunch at Lastres, we resumed
our journey heading east to Ribadesella. The road
runs past Gijon, an important coastal city of northern
Spain. Forty-five minutes away from Gijon was Ri-
badesella our destination, which we entered after
four in the afternoon. It had been a long and at times
somewhat tricky four-hundred-kilometre drive.
Why Ribadesella? We chose Ribadesella for se-
veral reasons. Primarily because its location, over-
looking the Bay of Biscay, offers a variety of natural
sites. An example is the Sella River, that cuts throu-
gh the municipality to meet the ocean, creating ran-
dom lagoons with little order, which come and go
directed by the tides and the wind.
Palaeontology (the study of ancient life) was
another feature that Ribadesella has to offer that
influenced our choice. Within the outcrops from the
Secondary Era, between the municipalities of Villa-
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queda de un lugar adecuado para aparcar el coche,
entramos en este tranquilo oasis costero y pronto
descubrimos que era de todo menos tranquilo. Es-
taba lleno de gente, las terrazas de los cafés, los
bares y los restaurantes de las plazas rebosaban de
clientes entusiastas. Seguimos la señalización del
aparcamiento a través de las coloridas casas de los
acantilados, descendiendo al nivel del mar alrededor
de la céntrica Plaza de la Marina. Lamentablemente,
nuestra búsqueda de una plaza de aparcamiento fue
infructuosa, todo estaba lleno. De mala gana deja-
mos Cudillero con su aspecto de postal.
Finalmente, conseguimos aparcar el coche a no-
venta kilómetros, en otro de esos pueblos pesqueros
adormecidos de la costa: Lastres (Llastres en asturia-
no), galardonado con el premio Príncipe de Asturias
por ser el municipio asturiano más ejemplar en 2010.
Aparcar en Lastres fue relativamente fácil, la seña-
lización nos llevó a un aparcamiento improvisado en
un descampado. Encontrar una mesa en el pueblo fue
otra cosa. Al igual que en Cudillero, todo estaba lleno.
El hecho de no encontrar un restaurante rápidamen-
te nos permitió pasear por las encantadoras casitas,
de cuyas fachadas encaladas colgaba un surtido de
redes, cuerdas y cordajes. Paseamos por escaleras y
pasadizos resguardados que conducían a plazas lle-
nas de bares de tapas de lata de sardinas repletos de
gente. Lastres era encantador a todas luces, pasear
por él era una delicia, pero ya había pasado nuestra
hora de comer. Entramos en varios bares y restauran-
tes acogedores en busca de una mesa, pero todo es-
taba lleno. Finalmente, en la ladera de una empinada
colina, de vuelta al aparcamiento, encontramos una
mesa y comimos bien, aunque tarde.
Después de un buen almuerzo de marisco en Las-
tres, reanudamos nuestro viaje en dirección este
hacia Ribadesella. La carretera pasa por Gijón, una
importante ciudad costera del norte de España. A
cuarenta y cinco minutos de Gijón estaba Ribade-
sella, nuestro destino, al que entramos pasadas las
cuatro de la tarde. Había sido un viaje largo y a veces
algo complicado de cuatrocientos kilómetros.
¿Por qué Ribadesella? Elegimos Ribadesella por
varias razones. Principalmente porque su ubicación,
con vistas al mar Cantábrico, ofrece una gran varie-
dad de parajes naturales. Un ejemplo es el río Sella
que atraviesa el municipio para encontrarse con el
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