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M é x i c o D. F., a 5 d e d i c i e m b r e d e 2 014 Doy testimonio de mi detención, pues lo considero fundamental como respuesta mínima y de agradecimiento incondicional ante su incansable apoyo, después de que nunca dejaron de luchar por nuestra libertad, aclarando todo por propia mano a cada uno de los mencionados. Fue el mismo 20 de noviembre que se planeó la inauguración de una exposición colectiva en la que estaría participando, pasé toda la madrugada y la mañana del jueves trabajando en los últimos detalles para la instalación de mi obra, pero la situación se complicó por la fecha y el horario propuestos por el galerista, sospechábamos de la magnitud de las movilizaciones sociales que se llevarían a cabo y de las dificultades viales que éstas ocasionarían para todos los asistentes. En última instancia se acordó cambiar la fecha de apertura y esto nos dio carta abierta para asistir a la marcha y apoyar esta causa común que compartimos la gran mayoría de artistas y estudiantes en este país. Partí de mi casa junto con dos amigos rumbo a Reforma y Av. Juárez, en donde localizamos a los grandes contingentes que continuaban avanzando, miles de hombres, mujeres y niños caminando lentamente, aplaudiendo y enumerando a los 43 normalistas desaparecidos, nos incorporamos a la marcha y avanzamos un poco más rápido que el resto de la multitud, en busca de algún grupo perteneciente a mi escuela, la ENPEG La Esmeralda. Isaac, uno de los 11 detenidos, continuó avanzando conmigo hasta que encontramos en plena plancha del Zócalo a otro amigo de la escuela, comentamos sorprendidos sobre la gran cantidad de asistentes y la fuerte sensación de unidad que se percibía aquella noche, nos dimos un abrazo, nos despedimos y a los pocos minutos nos percatamos de que soldados armados, situados en la azotea del Palacio Nacional, estaban siendo alumbrados con lámparas y luces laser de llavero que la gente utilizaba para advertir sobre su presencia, algunos gritaban que había francotiradores en el techo, mientras un pequeño grupo de encapuchados, que comenzó a aventar petardos frente a las vallas que separaban a la gente, de la puerta de Palacio Nacional, fue rodeado por decenas de fotógrafos que se empujaban intentando documentar lo sucedido. De pronto un enorme ejército de granaderos se enfiló a lo lejos, desde Pino Suárez, generando un movimiento estratégico que parecía ser de contención, fue entonces que miles de personas empezamos a alejarnos lentamente y comenzó la represión. Cientos de granaderos avanzaron en fila, escudo y tolete en mano y otros cientos de manifestantes comenzaron a corear la frase, no violencia, no violencia, no violencia, una y otra vez, de pronto soltaron el gas, no podíamos respirar ni ver claramente, algunos se sentaban como muestra pacifica, otros grababan lo sucedido y otros simplemente corrían, el enfrentamiento fue inevitable, nadie podía creer que estuvieran vaciando el Zócalo por completo, barriendo violentamente con miles de personas. Jóvenes, adultos, mujeres y hombres eran golpeados por igual, el caos se apoderó de la situación e Isaac y yo corrimos en dirección contraria a la estampida, evitando la extensa fila de policías que nos pasó de largo y cualquier riesgo de ser aplastados, el gas comenzó a dispersarse y fue entonces que pudimos darnos cuenta de la situación, nos encontrábamos completamente solos, en medio de la plancha vacía, bajo la bandera. El corazón de México había sido sometido, desocupado y tomado en cuestión de minutos.Me apresuré de inmediato para intentar localizar por teléfono a los amigos que perdimos en la multitud, para acordar un punto de encuentro y verificar que todos estuviéramos bien. De pronto un pequeño grupo de aproximadamente 8 granaderos corrió en dirección nuestra, - ¡¿Que hacen aquí?! - pregunto uno de ellos - somos civiles, buscamos a un amigo - contesté, bastó con esta respuesta para que con un simple ademán de su mando, recibieran la orden directa de detenernos, el grupo por completo comenzó a golpearnos en las espinillas, el tórax y la cabeza con sus armaduras, mientras nos insultaban esbozaban sonrientes la dentadura, nos arrastraron rumbo a la puerta de Palacio Nacional, en donde un individuo, del que ahora me entero, se trataba del reportero conocido como Chava Rock, nos seguía mientras video grababa el arresto, corto que sería publicado a los pocos minutos de la detención. De inmediato nos entregaron a un gran grupo de policías federales ubicado en las puertas del Palacio,- ¡Cabeza abajo!, ¡Se van a morir!, - eran el tipo de frases que repetían constantemente mientras nos arrastraban al patio central, en donde nos tiraron, rodeados por grandes grupos de militares que azotaban sus armas contra el piso, al poco tiempo nos llevaron por una salida lateral y en la calle nos encontramos con decenas de personas sentadas en la banqueta, golpeadas y detenidas, algunas al punto de la inconciencia. Nos subieron a un autobús y comenzaron a trasladarnos sin notificarnos por qué, ni a dónde, así inicio la pesadilla. En las próximas horas fuimos incomunicados, amedrentados y sometidos a un sinfín de pruebas periciales sin acceso a un abog