El baño
Me encantan los baños. No puedo dejar de observarlos a detalle cada vez que entro a uno. Pero
no me refiero a cualquier tipo de baño. Los sanitarios públicos solo me provocan asco. Una
ansiedad que se me escurre por el cuerpo, entre los dedos de los pies y las ingles, como los
desechos de los miles de desconocidos por las tuberías de mi área geográfica próxima. Son lugares donde los espejos rotos y la falta de jabón líquido, los graffitis de chupar pitos en todas las
puertas semidestruidas, ligeramente inertes, y las manchas de sexo en los cubículos me recuerda
de inmediato que los seres humanos somos, al final, unos animales sin razón. Los lavabos están
cubiertos de rastros invisibles de la sangre y la violación.
En ellos hay una esencia más sórdida que alguna calle en Detroit, en el centro de Tijuana, en
algunos callejones negrísimos de la Ciudad de México. Bien podrían salir orines de diversas
procedencias en sus llaves de agua y diarrea de los dispensarios de líquido antibacterial.
En cambio, un baño privado es un sanatorio. Un almacén de energía zen, el lugar más feng-shui
que encontrará cualquiera en un buen hogar. La alineación de las toallas para poder secar el
cuerpo sin dar un paso fuera de la regadera, sin mojar todo el piso de azulejo blanco, o que se
escurra todo hacia el drenaje en el centro del cuarto sin preocupación de una cortina; los jabones
Palmolive o Zest con olores a clase media, a sudor de egresado de ingeniería o administración de
empresas, body washes Tone de avena y mantequilla de karité para las pieles lechosas, frágiles
y suaves o Trésor de Lancôme para estar perfumada para el trabajo de oficina, para maquillar
caras de mujeres y hombres todo el día en la estética de alto perfil, sudando unas pocas gotas que
resbalan sobre su nuca mientras está detrás de paredes de vidrio o de concreto, administrando
el nuevo exitoso restaurante de la Colonia Roma que está en los tenues murmullos de todas las
francesas. Los facewash son muy importantes como exfoliadores de la autoestima, se comportan como catalizadores de alguna sustancia que entra por los poros faciales y hacen sentir a uno
muy bien, casi perfecto, limpio como no se siente nunca por polvo y smog citadino: el olor a
café del Birds Bee de café y aceite de argán solo reafirma ese tipo de paz interior provocada
por un pensamiento de limpieza total digno de nuestra época. Yo los uso, a veces siento que no
puedo salir a la calle sin haberme bañado.
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