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“Horizonte de Letras” Nº 45 *Especial 10º Aniversario* supimos en realidad lo que tenía. Le dolía mucho la cadera, quería hacer las cosas de la casa y cuidarnos y apenas podía; lloraba desconsolada. En realidad fue la abuela la que nos crió. Ella cocinaba y ayudaba a mi madre en todo cuanto podía. Vivíamos muy cerca unos de otros, solo separados por tres o cuatro casas. Cuando nació un niño, el tercero de la familia, fuimos a dormir a casa de los abuelos, y desde entonces ya seguimos así siempre. El niño murió a los cuatro meses de su nacimiento, pero mi padre estaba decidido a tener un varón y no paró de intentarlo hasta que lo consiguió. Cada dos años nacía un nuevo vástago, la cuarta fue otra niña, la quinta otra nueva mujer y por fin el sexto fue el rey de la casa. En la habitación que habían habilitado los abuelos para nosotras dos, terminamos durmiendo las cuatro niñas, dos en cada cama. El pequeño quedó al cuidado de nuestra madre. Aprendí a leer en una escuela de “cagones” como se llamaban las que no eran oficiales. En invierno llevábamos cada niño una especie de brasero confeccionado con latas de tomate de cinco kilos, que pedíamos en la tienda de la esquina, cuando quedaban vacías. Se les hacía un agujero a cada lado y se le ponía un asa de alambre retorcido. Para hacer brasa, Octubre-Diciembre 2019 se colocaba un poco de carbón de cisco y mientras íbamos al colegio, le dábamos vueltas alrededor de la cabeza, con mucha maestría, para que llegara bien encendido. Nunca tuve un percance, jamás se me cayó una brasa. Mi infancia la recuerdo feliz, teníamos muchos amigos en el barrio y en aquellos tiempos los juegos se desarrollaban en la calle. Vivíamos en una plazoleta donde pusieron un jardín con muchas plantas. Éramos tan traviesos que hicimos túneles, entre las flores y allí nos escondíamos para jugar a príncipes y princesas. A mí me gustaba ser príncipe, porque era el valiente, el guerrero. Le pedí a mi madre una sábana vieja y con ella me hice una capa para montar en mi caballo y que la levantara el viento mientras galopaba para ir e busca de mi princesa. Mis tres hermanas, mi hermano y yo, hemos vivido siempre en perfecta sintonía, sin escapar de las riñas propias. La vida ha hecho, que esta historia de amor fraterno haya acabado en desdicha al haberse llevado de nuestro lado al más pequeño. Mi querido hermano. Pero la vida sigue y su recuerdo perdura, por lo que puedo sonreír con sólo recordar alguna anécdota vivida junto a él. No permitáis nunca la separación de la familia, es lo más grande que tenemos. ____________________________________________________________________________________________________________________________ ©: “Alfareros del Lenguaje”. Asociación Nacional de Escritores de Alcorcón. Todos los derechos reservados. ISSN: 1989-6956 “Alfareros del Lenguaje” no se responsabiliza de las opiniones vertidas por los autores participantes en este número; quienes además, serán responsables de la autenticidad de sus obras. 64