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“Horizonte de Letras” Nº 45 *Especial 10º Aniversario* toda la extensión de la palabra. Ya por su figura, ya por su comportamiento ya por su apellido; se llamaba Caballero. Era muy alto, medía más de 1,80. Siempre vestía de traje. Llevaba barba recortada siempre en perfecto estado, y se ayudaba de un bastón, más por vanidad que por cojera. Era un hombre muy interesante. Mi padre trabajaba sin cesar para sacar a su familia adelante. Éramos cinco hermanos; yo la primogénita. Como siempre he sido muy inquieta y me gustaba aprender de todo, cuando fui un poquito mayor me iba con él algunas veces a vender los productos de alimentación de los que era representante. Me presentaba como su nena y eso daba lugar a pequeñas discusiones. Siempre le decía: —Papá, tienes que presentarme como “tu hija” no soy una nena. Él reía, y a la vez siguiente otra vez decía aquello de la nena para hacerme rabiar. Salíamos a los pueblos cercanos y recuerdo como en una ocasión le pedí me dejara pasar sola a un comercio para ver si era capaz de vender algo por mí misma. Le ofrecí nuestros productos al tendero y le vendí alguna cosa. Después de mucho tiempo, supe que el señor ya había hablado con mi padre. La verdad, es que lo hicieron muy bien. Me sentí satisfecha y eso me dio ánimos para ayudar desde entonces en todo lo que pude. También me enseñó a encuadernar, oficio que él había desarrollado antes de ser representante. Como todavía era demasiado joven para trabajar, hacía libritos con las matrices de los recibos Octubre-Diciembre 2019 de lotería que no valían y les ponía unas tapas de cuero de los retales que sobraban de los libros. Luego dejaba en relieve las iniciales de los amigos que me los pedían. Les cobraba unas monedas y con eso ayudaba para comprar la entrada de cine del domingo. Una para mi hermana y otra para mí, si la sesión era numerada. Si no, comprábamos una, y nos íbamos al “gallinero”. El primero de la pandilla, que entraba daba todas las entradas juntas, sin soltarlas, mientras el portero, que era padre de una de las niñas, les cortaba un piquito y de esa manera no controlaba el color exacto de las mismas. Todos los domingos cuando salíamos de la primera sesión recogíamos del suelo, todas las entradas ya usadas y al domingo siguiente comprábamos dos o tres y el resto era del color más parecido, pero ya usadas. De esa manera no perdíamos ni un domingo sin ver algún estreno. Mi padre era muy presumido y siempre nos llamó la atención su forma de peinarse, Estaba calvo pero se dejaba crecer unos mechones de un lado de la sien y con ellos cubría cuidadosamente, todas las mañanas, la parte alta de la cabeza. Se pegaba con una gomina de aquellos tiempos, cada uno de los pelos para tapar cuanto más mejor. De vez en cuando traía de sus viajes algún retal de tela con los que una modista amiga de la familia y vecina nuestra, nos hacía los vestidos a mi hermana, a mi madre y a mí. Cuando sólo éramos dos niñas. A mi madre la recuerdo siempre llorando. A principios de la Guerra, tuvo una caída cuando estaba embarazada de mí. Parecía que eso le había dejado secuelas, aunque nunca ____________________________________________________________________________________________________________________________ ©: “Alfareros del Lenguaje”. Asociación Nacional de Escritores de Alcorcón. Todos los derechos reservados. ISSN: 1989-6956 “Alfareros del Lenguaje” no se responsabiliza de las opiniones vertidas por los autores participantes en este número; quienes además, serán responsables de la autenticidad de sus obras. 63