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“Horizonte de Letras” Nº 45 *Especial 10º Aniversario* mi ensoñación. No la conocía de nada. Jamás la había oído, pero me gustaba el ritmo cadencioso que alegraba mis oídos. Cada vez la oía más nítida y cercana, conforme yo avanzaba por el largo pasillo que desembocaba en mi andén. Al fondo, a unos cincuenta metros, comprobé el origen de aquella melodía que me atraía. Eran cuatro chicos. Cada uno tocaba un instrumento: un pequeño piano electrónico de esos portátiles, un contrabajo, una batería y un saxofón. Reduje el paso, tratando de detener algo el tiempo y poder escuchar así toda o gran parte de la canción. Me encantaba lo que estaban tocando, pero no tenía ni idea de lo que era; jamás lo había oído. Al pasar frente a ellos, me paré unos segundos y deposité un euro en la funda del saxofón, que tenían abierta, en el suelo, con varias monedas ya en su interior. El chico del saxo, sin dejar de tocar, me guiñó un ojo, agradecido. He de reconocer que me ruboricé ante aquel guiño inesperado. El chico del saxo era guapísimo, y me hizo un gesto cómplice que me encantó. Sin darme cuenta, mientras retomaba mi camino hacia el andén, y justo antes de girar a la derecha y perderles de vista, me volví. Nuestras miradas se encontraron y él, sin dejar de tocar, me regaló otro gesto que me alegró el alma. Durante los siguientes días, siempre a la misma hora, nos encontrábamos en idéntica situación, y siempre con esa maravillosa melodía, que ya tarareaba yo de memoria. Y siempre nuestros gestos cómplices, que cada vez eran más distendidos. Un día, justo cuando me agaché para dejarles la moneda de siempre, el muchacho del saxo dejó de tocar y corrió hacía mí. Octubre-Diciembre 2019 —Espera, espera un poco —me espetó—. Me encantaría hablar contigo. —Es que… tengo un poco de prisa —le dije, sin saber por qué, maldiciendo mis palabras—. Llego tarde al trabajo. —Bueno, pues al menos, dime tu nombre… Me volvía loca su cabello negro, sus preciosos ojos verdes, su sonrisa, y desde ese día, también su voz. —Aurora, me llamo Aurora. —Encantado, Aurora. Yo soy Rober… —y nos dimos dos besos en las mejillas que siempre recordaré—. Espero que este atrevimiento por mi parte no te haya incomodado y que sigas pasando por aquí todos los días. Le sonreí, ruborizada y encantada, y le dije que era el único sitio por el que pasaba para acudir al trabajo cada día. Fueron pasando las semanas y Rober siempre dejaba de tocar cuando me veía. Me dijo que le encantaba charlar conmigo, aunque solo fueran unos minutos. Me explicó que formaban un cuarteto de Jazz y que tocaban canciones de un famoso grupo de los años sesenta que se llamaba The Dave Brubeck Quartet, y que la canción que tanto me gustaba se titulaba «Take Five». —Espero que algún día podamos quedar e invitarte a tomar algo —me dijo— y así poder charlar y conocernos mejor. Mi vida había cambiado. Mi ilusión se desbordaba y la vida ausente que siempre había llevado se tornaba ahora alegre y divertida. Me había enamorado como una chiquilla de un hombre al que apenas conocía, y notaba que él también sentía algo por mí. ____________________________________________________________________________________________________________________________ ©: “Alfareros del Lenguaje”. Asociación Nacional de Escritores de Alcorcón. Todos los derechos reservados. ISSN: 1989-6956 “Alfareros del Lenguaje” no se responsabiliza de las opiniones vertidas por los autores participantes en este número; quienes además, serán responsables de la autenticidad de sus obras. 32