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“Horizonte de Letras” Nº 45 *Especial 10º Aniversario* Octubre-Diciembre 2019 31 DIECINUEVE DE ABRIL Las siete y cuarto de la mañana no es una buena hora para coger el metro en Madrid. Todos los días, durante los últimos seis años, es tiempo suficiente para hartarse de las aglomeraciones y de las prisas con que todo el mundo se mueve, de la indiferencia que llevamos y con la que cada uno nos dirigimos a nuestro puesto de trabajo, sea a dónde sea, sin ganas y con caras de pocos amigos. Esa rutina monótona, con olor a desagües y al ferodo de los frenos de los trenes, al final hace que tu vida no sea más que una monotonía absurda en un mar de seres humanos deshumanizados. Así me sentía yo. Mi vida era un cúmulo de tristezas, sinsabores y sinsentidos; un conjunto de actitudes vacías y esperanzas inexistentes que nada me aportaban en esa frenética y falsa existencia que me había tocado vivir. Vivía de alquiler en una mísera buhardilla de veinte metros cuadrados, por la que pagaba la mitad de mi sueldo, en la calle humilladero. Que también, vaya nombrecito. Si mi tristeza ya era grande, el nombre de la calle no ayudaba en nada a que se atenuara. Podría tener un nombre más alegre… no sé… calle de las castañuelas. Pero, no. Hasta el nombre de mi calle era triste, como todo lo que me rodeaba. Mis circunstancias y yo no teníamos energías para mucho más. Notaba cómo mis fuerzas y mis ganas se iban terminando, incluso yo misma me estaba agotando, convirtiéndome en un ser anodino al que ya solo le quedaba asumir el papel de insignificante pieza en un tablero cada vez más complicado de entender. Esa mañana, de un lunes cualquiera, también entré por la misma boca de metro de todos los días, la de La Latina; a la misma hora y con las mismas ganas de todas las jornadas de esos últimos seis años. Me desplazaba al norte de la ciudad en un trayecto de cincuenta minutos, a cumplir con mi trabajo de contable en una ferretería durante diez horas, por un miserable salario que a duras penas me daba para pagar el alquiler y las facturas. Introduje el billete en el torno y me enterré en las profundidades malolientes de la ciudad que tan poco me aportaba. Me acomodé en un peldaño de la escalera mecánica y me dejé llevar, como todos los días, como todas las mañanas a las siete y cuarto. Mientras bajaba, ensimismada en mis pobres pensamientos y en mis desdichas, una melodía me apartó de ____________________________________________________________________________________________________________________________ ©: “Alfareros del Lenguaje”. Asociación Nacional de Escritores de Alcorcón. Todos los derechos reservados. ISSN: 1989-6956 “Alfareros del Lenguaje” no se responsabiliza de las opiniones vertidas por los autores participantes en este número; quienes además, serán responsables de la autenticidad de sus obras.