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“Horizonte de Letras” Nº 45
*Especial 10º Aniversario*
Octubre-Diciembre 2019
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RUIDOS DE CIUDAD
Su autor: El Canaílla
Por motivos laborales Elena y yo nos
trasladamos a la ciudad. Vivíamos en
un edificio de apartamentos. Al
mudarnos no pensamos que nuestras
vidas fueran a sufrir un cambio tan
radical.
En los primeros días, los ruidos
infernales de los coches, camiones de la
basura, autobuses, los apresurados
movimientos de los peatones y
ciclistas, los ruidos de toda naturaleza
nos
desquiciaban.
Añorábamos
aquellos
momentos
cuando
escuchábamos con satisfacción los
pequeños sonidos que se producían en
el jardín de nuestra casa, la brisa
producida por el cierre y apertura de
las ventanas, el sonido del goteo
acompasado de la lluvia. Tratamos de
impedir que aquel alboroto se
adueñara de nuestro apartamento.
Primero colocamos cortinas, después
“bunkarizamos” la vivienda instalando
doble acristalamiento en las ventanas y
terminamos taponándonos los oídos
para aislarnos de nuestros tercos
enemigos. Todos nuestros esfuerzos
fueron inútiles.
Los ruidos nos irritaban. Discutíamos
de manera acalorada por trivialidades.
En Elena, las jaquecas comenzaron su
labor destructora, y al final de cada día
terminaba en la cama agotada, sin
poder conciliar el sueño. En ocasiones
los
ruidos
se
tornaban
tan
insoportables
que
consideramos
seriamente la posibilidad de estar
caminando hacia la locura. Si
hallábamos un segundo de paz, al
instante descubríamos la inseguridad
de esa efímera tregua, porque no
tardaban en alterarnos el ruido
ensordecedor del tubo de escape de
unas motos que se precipitaban calle
abajo a velocidad descontrolada.
Una tarde, a la vuelta del trabajo, de
forma accidental, descubrí la forma de
aislarnos de los ruidos, de asordarlos,
de escucharlos en la lejanía y no nos
perjudicaran lo más mínimo. El
descubrimiento consistía en observar
de forma encubierta a los vecinos del
edificio de enfrente. Participando de
sus ocupaciones nos distraeríamos y
aminoraríamos
nuestra
opresión.
Debido a nuestro desanimo no
teníamos relación con nadie, ni
siquiera con los vecinos que vivían en
nuestro
edificio.
Sin
embargo,
disfrutábamos contemplando a los
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ISSN: 1989-6956
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