BOLETÍN ELECTRÓNICO “FEDDF” PASIÓN POR EL DEPORTE
POR ANTONIO CORBALÁN
Arquitecto
La siguiente reflexión me la hice yo hace
mucho
tiempo,
tras
numerosas
decepciones, sobre la Administración
Pública y su capacidad de hacer de este
mundo un lugar más accesible. Se puede
resumir en la frase: no hacen falta más
leyes para proteger y empoderar a las
personas con discapacidad, lo que
realmente hace falta es que se cumplan.
Y eso de cumplir y hacer cumplir la
Constitución y las leyes es una
terminología ya manida, pero no
efectiva en cuanto a accesibilidad;
porque a la hora de la verdad, en la
mayoría de ocasiones, la accesibilidad se
queda en el papel y no se traslada al
mundo tangible, que es donde hace
realmente falta.
El último ejemplo de incumplimiento de
las leyes se pondrá de manifiesto el
próximo cuatro de diciembre del
presente año. Efectivamente, el Texto
Refundido de la Ley de Derechos de las
Personas con Discapacidad, definía ese
día como el último día del plazo
concedido para que todas las
edificaciones, nuevas, pero sobre todo
antiguas, incluyeran totalmente a la
accesibilidad en sus entornos y/o, como
mínimo, los “ajustes razonables” para
poder disfrutar los espacios, viviendas,
edificios públicos y demás instalaciones
en igualdad de condiciones
que el resto de las personas,
que por suerte, no tienen
ningún tipo de discapacidad.
Curiosamente, este plazo fue
determinado en 2013, hace
ya casi cuatro años, que,
aunque era de por sí un plazo
ajustado, estaba en sintonía
con la nueva tendencia que
el Estado quería inducir en
nuestro país: la rehabilitación
y regeneración urbana. Por
esta cuestión, se estableció el
plazo de cuatro años, para que
progresivamente, con etapas realistas y
alcanzables, se fuese avanzando en la
mejora del deplorable estado actual, en
cuanto a accesibilidad urbana y
edificatoria se refiere.
El resultado: una vergüenza. No porque
no se haya alcanzado el objetivo en el
plazo que obligaba la ley (por otra parte,
obligatoria para todo el mundo), sino
porque nunca hubo intención de
cumplirlo. Los primeros, los edificios
públicos antiguos que gestiona la
administración, que son los que deben
dar ejemplo, pero que lo van a
incumplir, casi con toda seguridad, en
una proporción escandalosamente alta.
Toda vez que he advertido sobre este
asunto, en numerosas entrevistas con
representantes públicos, la respuesta ha
sido siempre el silencio. Un silencio que
mostraba un vacío en alternativas y
propuestas. Un silencio que ensordecía
con la indiferencia o incapacidad de
abordar un problema que no se iba a
resolver únicamente con la ley objeto de
este pequeño artículo. En definitiva, una
disposición legal a la que todo el mundo
ha hecho el vacío, que muchos no
sabían que existía y que los que la
conocían, no han podido o querido
cumplir. ¿Cómo voy a pedirlo entonces a
una comunidad de propietarios si los
que deben dar ejemplo no tienen
intención de hacerlo?
La ley no dice qué pasará si no se
cumple el plazo que acaba el cuatro de
diciembre. Pero aunque el derecho
español posibilite la denuncia y la multa,
no es el camino que, creo, se deba
recorrer o al menos, no el que yo
quiero. Entiendo más productivo
trabajar de manera transversal con
todas las disciplinas y responsables
capacitados y concienciados en un fin
común y necesario para la inclusión de
todas las personas, en igualdad de trato
y oportunidades.
Es por eso que no hacen falta más leyes.
Lo que hace falta es tener presentes los
objetivos, poner medios y cumplir con la
ley, porque más brindis al Sol y más
fotos para la galería no son necesarios.
Las dificultades de la gestión
administrativa en España han alcanzado
límites insospechados. Soy consciente
de que es muy fácil hablar cuando se
está en el lado del ciudadano y no en el
lugar de la persona que tiene que
ponderar las opciones, pero, no se
puede permitir que se dicten leyes para
nada o que no existan alternativas
reales para disminuir su
incumplimiento.
Esta
indolencia condena a las
personas con algún tipo de
discapacidad a seguir viviendo
sin libertad, porque, como
decía Ramón Sampedro “sin
libertad, lo que vivo no es mi
vida”.
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