nº 1 -Boletín Oficial FEDDF 12 - BOLETIN FEDDF octubre17 | Page 19

BOLETÍN ELECTRÓNICO “FEDDF” PASIÓN POR EL DEPORTE POR ANTONIO CORBALÁN Arquitecto La siguiente reflexión me la hice yo hace mucho tiempo, tras numerosas decepciones, sobre la Administración Pública y su capacidad de hacer de este mundo un lugar más accesible. Se puede resumir en la frase: no hacen falta más leyes para proteger y empoderar a las personas con discapacidad, lo que realmente hace falta es que se cumplan. Y eso de cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes es una terminología ya manida, pero no efectiva en cuanto a accesibilidad; porque a la hora de la verdad, en la mayoría de ocasiones, la accesibilidad se queda en el papel y no se traslada al mundo tangible, que es donde hace realmente falta. El último ejemplo de incumplimiento de las leyes se pondrá de manifiesto el próximo cuatro de diciembre del presente año. Efectivamente, el Texto Refundido de la Ley de Derechos de las Personas con Discapacidad, definía ese día como el último día del plazo concedido para que todas las edificaciones, nuevas, pero sobre todo antiguas, incluyeran totalmente a la accesibilidad en sus entornos y/o, como mínimo, los “ajustes razonables” para poder disfrutar los espacios, viviendas, edificios públicos y demás instalaciones en igualdad de condiciones que el resto de las personas, que por suerte, no tienen ningún tipo de discapacidad. Curiosamente, este plazo fue determinado en 2013, hace ya casi cuatro años, que, aunque era de por sí un plazo ajustado, estaba en sintonía con la nueva tendencia que el Estado quería inducir en nuestro país: la rehabilitación y regeneración urbana. Por esta cuestión, se estableció el plazo de cuatro años, para que progresivamente, con etapas realistas y alcanzables, se fuese avanzando en la mejora del deplorable estado actual, en cuanto a accesibilidad urbana y edificatoria se refiere. El resultado: una vergüenza. No porque no se haya alcanzado el objetivo en el plazo que obligaba la ley (por otra parte, obligatoria para todo el mundo), sino porque nunca hubo intención de cumplirlo. Los primeros, los edificios públicos antiguos que gestiona la administración, que son los que deben dar ejemplo, pero que lo van a incumplir, casi con toda seguridad, en una proporción escandalosamente alta. Toda vez que he advertido sobre este asunto, en numerosas entrevistas con representantes públicos, la respuesta ha sido siempre el silencio. Un silencio que mostraba un vacío en alternativas y propuestas. Un silencio que ensordecía con la indiferencia o incapacidad de abordar un problema que no se iba a resolver únicamente con la ley objeto de este pequeño artículo. En definitiva, una disposición legal a la que todo el mundo ha hecho el vacío, que muchos no sabían que existía y que los que la conocían, no han podido o querido cumplir. ¿Cómo voy a pedirlo entonces a una comunidad de propietarios si los que deben dar ejemplo no tienen intención de hacerlo? La ley no dice qué pasará si no se cumple el plazo que acaba el cuatro de diciembre. Pero aunque el derecho español posibilite la denuncia y la multa, no es el camino que, creo, se deba recorrer o al menos, no el que yo quiero. Entiendo más productivo trabajar de manera transversal con todas las disciplinas y responsables capacitados y concienciados en un fin común y necesario para la inclusión de todas las personas, en igualdad de trato y oportunidades. Es por eso que no hacen falta más leyes. Lo que hace falta es tener presentes los objetivos, poner medios y cumplir con la ley, porque más brindis al Sol y más fotos para la galería no son necesarios. Las dificultades de la gestión administrativa en España han alcanzado límites insospechados. Soy consciente de que es muy fácil hablar cuando se está en el lado del ciudadano y no en el lugar de la persona que tiene que ponderar las opciones, pero, no se puede permitir que se dicten leyes para nada o que no existan alternativas reales para disminuir su incumplimiento. Esta indolencia condena a las personas con algún tipo de discapacidad a seguir viviendo sin libertad, porque, como decía Ramón Sampedro “sin libertad, lo que vivo no es mi vida”. 19