nº 1 -Boletín Oficial FEDDF 1 - BOLETIN FEDDF ENERO 2015 | Page 17
BOLETÍN ELECTRÓNICO “ FEDDF: PASIÓN POR EL DEPORTE”
Una competición diferente
Por Porfi Hernández Zubizarreta
Como siempre aquella furgoneta era un pequeño hormiguero de deportistas donde parecía reinar el mayor de los desórdenes, el caos total. Pero en
realidad, como en todos, cada uno sabía lo que tenía que hacer y sólo el nerviosismo y la velocidad con que se hacía, dejaba esa sensación. Como al final
ocurre en todo buen hormiguero acabó cada cosa en su sitio, las sillas de ruedas y los equipajes, como en un imposible rompecabezas, encajado en el
maletero y nosotros, cada uno en su sitio. Rotos, pero ordenados.
Como siempre, después de muchas horas de viaje, un buen rato para encontrar el albergue que tocaba, deportes humildes habitan en moradas sencillas.
Otra forma de hacer turismo tras alguna hora de búsqueda. Esta vez, al menos, el humilde hogar que nos acogería los tres próximos días, tenía un amplio
aparcamiento, lo que era un alivio para desmontar a los viajeros, deshacer el rompecabezas de sillas y equipajes y distribuirlos entre sus dueños. No era
tarea fácil y mucho menos si tenía que hacerse en medio de una calle transitada, como tantas veces ocurría.
Nos esperaban ya los primeros amigos y los organizadores del torneo. Abrazos, besos y bromas de todo tipo, formaban parte del ritual de bienvenida. Pero
seguido, una de las mayores dificultades se asomaba. ¡Cómo distribuirnos en las habitaciones! Las mejor adaptadas para los más rotos. Pero cada uno de
estos con alguien que pudiera ayudarle. Había que encontrar la combinación mágica y eso que ya empezábamos a ser expertos en el asunto y más de una
pareja ya tenía una cierta estabilidad, de hecho. En fin todo un arte de planificación estratégica. Pero en esta ocasión también fue fácil. ¡Oh milagro!
Todas las habitaciones reunían iguales y magníficas condiciones.
Tras la cena se procedía al consabido sorteo para organizar la competición que mañana iniciábamos. Pero esta vez durante el postre pasó algo diferente.
Hablábamos los más veteranos y comentábamos que la única pega a tan agradable encuentro era que siempre ganaban los mismos. Y de pronto alguien
dijo en alto, “pues cambiemos los equipos”. El desconcierto fue inmediato. Y el silencio absoluto en la mesa. Esto rompía con la lógica más elemental, con
el básico orden establecido. Estas cuatro palabras superaban las locuras más atrevidas…. Venir de todas partes, algunas de bien lejos, para desmontar
tanta preparación, tanto entrenamiento en equipo….. ¡A quién se le ocurre!
Pero tras una risa nerviosa y generalizada sin ningún debate, sin la menor discusión, como si esta no fuera posible porque no había argumentos, sólo
impulsos, corazonadas, emociones, empezó la planificación sobre cómo hacerlo. Que si por sorteo, que si dirigido, si por votación…. Al fin y ya resignados a
ser absolutamente abroncados, decidimos hacerlo nosotros mismos. Empezamos a unir nombres agrupando a los más flojos con los más fuertes, según los
sabios criterios del improvisado sanedrín.
Tras la cena y en la reunión que siempre se hacía para ultimar detalles de organización, se anunciaron las novedades, se propuso la locura como
alternativa y como era lógico se alzaron, rápidamente, voces de protesta, alguna incluso airada. Pero, como si esto fuera contagioso, en pocos minutos
esas airadas voces pasaron a un simple murmullo, para acabar en un profundo y porqué no decirlo, desconcertante silencio. Fue largo o al menos lo
pareció. Poco a poco las primeras voces de protesta se fueron trasformando en calurosas discusiones sobre cómo hacerlo, si por sorteo o dirigido, por
votación...
Durante la competición nada parecía distinto. Bueno sí. Extrañas amistades, animadores que no sabían a quién animar, equipos raros…., pero las
pequeñas batallas se desarrollaban tan encarnizadas como siempre.
Aunque lo pareciera, no era una competición más. En el ambiente flotaba algo indescriptible que se sentía pero nadie sabía explicar.
Y lo inexplicable apareció al final. Aunque ganar ya no parecía lo importante, si que se convirtió en la explicación de eso que se sentía. En el cuadro de los
mejores, en el puesto más alto de ese cuadro, aparecía mi compañero, nada extraño, pero junto a él su compañera de equipo. Teresita. Y esto sí que era
especial.
Teresita era una mujer de más de cuarenta años, delgada hasta la exageración, menuda y bajita. Vamos que había que esforzarse para verla. Su piel
siempre morena un poco curtida y plegada, como si pasara horas al aire libre sometida a un implacable sol. Y sobre ese menudo cuerpo una cabeza quizá
un poco desproporcionada, ponía cara a una mujer mayor, morena, llena de arrugas, de ojos vivos en su expresión, misteriosos e inescrutables, como ella
misma. Mujer enigmática donde las hubiere, de hecho, nunca nadie sabía qué hacía o dónde estaba, tampoco se relacionaba mucho, aunque nadie diría
que fuera una mujer solitaria. Llevaba mil años jugando sin perderse una sola competición y en los más de veinte años que la recuerdo, no creo que mejoró
sensiblemente. Pero lo que en ella destacaba por encima de todo era su amplia y generosa sonrisa. Su eterna sonrisa. Sonreía siempre. Sonreía para todo.
Para un saludo, para un fallo, para un acierto, al cruzarse…. Esa eterna sonrisa que no se borraba ni con la tenaz persistencia de los malos resultados.
Pues ese día hasta esa sonrisa cambió. Ya no era su sonrisa. Era una gigantesca sonrisa que no cabía en su cara. Era LA SONRISA encima de su silla de
ruedas. La enorme sonrisa de todos. La sonrisa por tener la sensación de haber hecho algo especial.
Cuando en el altavoz sonó su nombre como ganadora del torneo, la ovación fue de las que hacen historia. Gritos, aplausos, silbidos…., incluso más de una
lagrimilla salió a festejar el evento.
Semanas después seguíamos intercambiándonos correos comentando lo ocurrido. Incluso se publicó en la revista oficial de tenis de mesa. Habíamos
descubierto que en la práctica lo que a veces parece una locura, también funciona.
Nunca más se ha repetido.