REFLEXIONES DE UN MAESTRO…
Estimados lectores:
Recuerdo, allá en mis primeros años como docente, cuando ser maestro de pueblo constituía toda una
aventura, el comentario jocoso de uno de mis amigos según el cual quienes elegíamos esta profesión era
porque teníamos mucho miedo al riesgo. Sí, porque empezábamos en la escuela, continuábamos en la
escuela y, después de toda una vida, acabábamos en la escuela.
Hoy, ya próxima mi jubilación, me han pedido que escriba unas palabras y lo primero que se me ocurre
decir es que si ser maestro significa ser una persona poco arriesgada, me alegro de ser poco arriesgado
porque en ninguna otra profesión hubiera podido ser más feliz que en esta.
Después de pasar por varios pueblos de nuestra provincia, hace nueve años que llegué a este colegio. Como
cada vez que cambiaba de localidad, venía con el sabor agridulce de dejar gentes a las que tenía un gran
aprecio a cambio de acercarme un poquito más a mi casa, pero con el miedo a cómo me iría en el nuevo
destino. Hoy, conocido el resultado, me siento muy afortunado de haber recabado en Blanco de Cela;
colegio que, dicho sea de paso, ya conocía como padre.
Pero todo tiene su principio y también su final. Ahora deberé entregar el testigo a nuevas generaciones,
comenzaré otra etapa de mi vida más relajada y en la que, si las circunstancias me lo permiten, podré
dedicarme plenamente a mi familia y a mis pequeñas aficiones.
Por eso, a través de esta nota, quiero despedirme agradeciendo al profesorado, de ayer y de hoy, al personal
no docente y a toda la comunidad educativa en general su acogida y ese ambiente familiar que he podido
disfrutar durante todo este tiempo; y muy especialmente a Amparo ya que para ella no han sido nueve, sino
diecinueve los años que me ha tenido que soportar.
Agradezco también a los padres y madres su colaboración, respeto y aprecio profesional y humano y, por
supuesto a todos los alumnos y alumnas, a “mis chavales” de hoy y a quienes lo fueron, por sus continuas
muestras de cariño hacia mí, como maestro y como persona. ¿Quién sino un maestro puede escuchar desde
la más pura inocencia de sus “subordinados” expresiones como: “No te preocupes por cuando llegues a
viejecito, que nosotros te cuidaremos? ¿A qué “jefes” de cualquier otra profesión les cuentan sus más
íntimos sentimientos por considerarles uno de los suyos, les dicen que de mayores quieren ser como ellos,
les abrazan al cruzarse por la calle o después de décadas siguen contactando con ellos para hacerles
partícipes de sus momentos más felices?
Por supuesto que no todo ha sido vida y dulzura, que también hemos pasado nuestros momentos más o
menos duros y precisamente por eso quiero pediros disculpas a todas las personas a las que, de una u otra
manera, os he fallado porque esperabais más de mí o sencillamente porque no he sabido estar a la altura de
las circunstancias cuando me habéis necesitado; estoy seguro de que sabréis perdonarme.
Ciertamente este es ya mi último curso como docente, pero afortunadamente para mí, finalizo con la
seguridad de que no me estoy despidiendo del todo, de que en mi casa se seguirá hablando de niños, de
notas, de programaciones… De ello se encargarán mis hijos quienes, como su madre y como yo, también
quisieron abrazar esta hermosa profesión y por supuesto vosotros y vosotras, “mis chavales”, ya que espero
poder seguir siendo uno de los vuestros. Aún así, tened por seguro que os echaré de menos.
Muchas gracias y, desde el puesto que a cada uno os toque desempeñar en la vida, a todos y a todas os deseo
lo mejor. Un cariñoso abrazo.
José María.