ARDEMOS
Estoy ardiendo como el suelo de San Juan Viejo Parangaricutiro.
Como el hombre de mimbre en la isla de Whithorn
En el frente de la Guerra de las Galaxias, con una bayoneta oxidada marca Acme.
Al acecho del cordón de una bota a medio atar, como un gato doméstico.
Con la torpeza de un hipopótamo entre figuritas de Swarovski.
Inútilmente abrasiva como una anguila eléctrica desenchufada.
Esquiva, como un hurón en el cepo del conejo.
Acariciando el mundo a palmos, como si me faltaran los ojos.
Desnudando los pasos sin saber medir.
Regalando un vestido de domingo a mis ganas de crear
un nuevo sistema métrico decimal.
Y mis ganas me regalan un espejo.
¿Cómo creer?
¿Cómo construir con diez ladrillos y doscientas rosas?
Defenderé el adobe antes de hacer el edificio.
Cada guijarro cuenta.
Arrójalo.
Lánzalo.
Pero no intentes construir con nubes.
Nos lloverán encima.
Las mías no escampan esta noche
y repiquetean en los cristales de mis gafas:
los-re-yes-son-los-pa-dres.
Son-los-pa-dres.
Los-pa-dres.
Pa-dres.
Aunque siempre nos quedará el Olentzero
o Papá Noel
o Santa Claus
o la Bruja Befana
para tener un poco de carbón dulce en los zapatos
y seguir soñando con un sol bien repartido
que nos haga arder
como el suelo de San Juan Viejo Parangaricutiro,
como el hombre de mimbre
Sonia Sanromán