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Los trastos son humanos.

Nos acompañan siempre y no traicionan,

como si fueran parte de todo lo que somos

se fían de nosotros

y no nos miran mal,

solamente se mueven si queremos

y acechan silenciosos

mientras los recordamos

como formando parte de nuestra identidad.

Son amables y frágiles al tiempo

porque no hacen reproches

y se llenan de polvo y de nostalgia

cuando los descuidamos.

Como huella de aquello

que creemos perdido

nos demuestran que están donde estuvieron

decorando la ausencia, la dicha o la desdicha

y donde nuestro ayer sigue existiendo.

Casi son compañeros.

Si no fuera porque saben callarse

nos dirían secretos

que ya hemos olvidado

o que nunca supimos,

pensamientos y anhelos

que con los años se han enmohecido.

A menudo los veo

como sin darme cuenta

de que estaban ahí cuando viví

y de que su tristeza es mi tristeza

y de que su alegría fue la mía.

La distancia del aire los disipa en las sombras

de lo que nunca muere,

porque jamás se van de donde estaban

siendo mudo paisaje del instante,

esos trastos dichosos,

esos objetos puros de días y de noches

que permanecen casi inadvertidos,

que a la memoria acuden

como el embrujo de algo inexplicable.

Recuperad mis sueños,

adivinad aquello que deseo,

ayudadme a vivir vuestro sosiego,

devolvedme el regalo de la felicidad

que se quedó en vosotros para siempre.

TRASTOS

Julián Borao