Naruto
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gestiona cualquier artilugio, petición o demanda. Es posible
enviar, de un lado a otro, de un consolador a una botella de
champán, que pueden ir unidos en la misma mochila o bien
por separado (medidas de la caja: 43 cm de largo x 43 cm de
ancho x 50 cm de alto). Y puede hacer que sea trasladado en
tiempo real, en tiempo cero, en streaming, mientras los ciclistas
o moteros escuchan en sus cascos la séptima sinfonía de Hans
Zimmer (Chevaliers de Sangreal). Producto de una sociedad hi-
perconectada –hiperhastiada–, adoctrinada por el aquí y aho-
ra. Lo quiero ya. Lo quiero ahora. No espero a mañana. Por eso,
los repartidores de Glovo, a los que Glovo no considera sus
empleados, pueden recorrer las noches contaminadas de luces
de la gran ciudad a una velocidad endiablada para transportar
una lata de ron Bacardi a una fiesta de soltero.
Los repartidores de Glovo son los modernos Jack London,
y encajan mucho con los personajes de sus novelas, como el
minero exhausto en La quimera del oro:
No pudo evitar examinar otra vez la colina antes de recoger
otra paletada de barro, un poco más allá. El número de pepi-
tas seguía disminuyendo: «Cuatro, tres, dos, una», fueron las
cuentas que iba grabando en su memoria, a medida que bajaba
por el río. Cuando no apareció ni una sola pepita, para premiar
su esfuerzo, dejó su tarea y encendió un fuego de ramas en el
cual introdujo la gamella, manteniéndola allí hasta que tomó
un color negro azulado. Entonces la sacó y la examinó cuidado-
samente; movió la cabeza con aprobación, contra un fondo de
aquel color podía desafiar a la más diminuta partícula dorada a
que intentara eludirle.
Los Jack London de Glovo, muchos de ellos inmigrantes,
surcan las calles de Barcelona como las surcan en Madrid,