Al hallarnos en un estado de conflicto, arreglamos
los objetos que tenemos a mano, encendemos un
cigarrillo, nos limpiamos las gafas, consultamos
nuestro reloj de pulsera, nos servimos una copa o
mordisqueamos un poco de comida. Desde luego,
cualquiera de estas acciones puede ser realizada por
motivos funcionales, pero en su papel de actividad
la diversión deja de servir a su respectiva función.
Los objetos que son puestos en orden estaban ya
adecuadamente colocados. El cigarrillo que en-
cendemos en un momento de tensión sucede a
veces a otro sin terminar y que hemos aplastado
nerviosamente. Tampoco el número de cigarrillos
fumados durante el periodo de tensión guarda re-
lación alguna con la habitual demanda fisiológica
de nicotina de nuestro organismo. Las gafas tan
cuidadosamente frotadas estaban ya limpias. El re-
loj al que furiosamente damos cuerda no la necesi-
taba en absoluto y, cuando lo consultamos, nues-
tros ojos no ven siquiera la hora que es. Cuando
sorbemos una bebida de diversión, no lo hacemos
porque tengamos hambre. Todas estas acciones las
realizamos, no por la recompensa normal que trae
consigo, sino, simplemente, por hacer algo que ali-
vie nuestra tensión.
EN E L MONO DESNUDO ,
DE DESMOND MORRIS