Eneas. Dido decidió dar acogida a los recién llegados, que se instalaron en la ciudad
de Cartago. La reina quedó prendada de los encantos del héroe Eneas, y no dudó
en confesarle su amor. Sin embargo, Eneas tenía otro destino: partir a Italia y
sembrar la estirpe que siglos después daría lugar a la fundación de Roma. Tras
reponer sus fuerzas y arreglar sus naves, Eneas y los troyanos partieron de Cartago.
Despechada, Dido erigió una enorme pira y le prendió fuego para arrojarse a ella
tras atravesarse el pecho con una espada. Antes de morir, la reina de Cartago juró
odio eterno a los descendientes de Eneas, un odio que se extendería hasta la Roma
y la Cartago de las Guerras Púnicas.
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