Mitos y leyendas Mitos y leyendas | Página 11

la institución que reunía todos los libros escritos en la Antigüedad. Su enclave envidiable, frente a la isla de Faros, y su cercanía con el fértil valle del Nilo, hicieron de Alejandría una ciudad de ricos comerciantes y artesanos. A pesar de estar en tierra de Egipto, Alejandría fue siempre una ciudad griega. De hecho, cuando griegos y latinos hablaban de esta ciudad se referían a Alejandría "junto a Egipto" y no a Alejandría "en Egipto". En el año 332 a.C., Alejandro magno, rey de Macedonia, tras haber derrotado a los persas en diversas batallas, entró en Egipto como nuevo señor de esta tierra. El país del Nilo había pertenecido durante varias generaciones al Imperio Persa, por lo que Alejandro lo reclamó como parte de su nuevo Imperio. Aunque en Egipto existían algunas colonias griegas desde siglos atrás, sus habitantes apenas se habían mezclado con la población local, que seguían viviendo como en tiempos de los faraones y considerando a sus soberanos como dioses. Alejandro quedó fascinado con Egipto, sus monumentos y la antigüedad de su historia, hasta el punto de que decidió fundar en esta tierra la que sería la mayor de todas las ciudades patrocinadas por él. Según cuenta el escritor Plutarco en su "Vida de Alejandro", el rey decidió el emplazamiento de la nueva ciudad después de tener un sueño en el que un anciano de larga barba blanca le recitaba un pasaje de la Odisea de Homero en el que se habla de la isla de Faros. Al despertarse, Alejandro pidió que le llevaran al lugar de la costa que estaba frente a la citada isla, y se dio cuenta de que estaba ante el emplazamiento perfecto para levantar la que sería la nueva capital de Egipto. Deseoso de marcar el territorio de la nueva ciudad, ordenó que le dieran algún material con el que trazar el futuro recorrido de la muralla, pero los sirvientes sólo pudieron encontrar varios sacos de harina. El rey no desistió de su plan, y trazó los límites de la futura Alejandría con harina. De inmediato, todo tipo de aves salieron de las marismas para picotear el polvo blanco. Alejandro quedó aterrado al interpretar aquello como un mal augurio, pero el adivino Aristandro, que viajaba con él, le sacó de su error, afirmando que aquélla era una señal de los dioses que querían indicar la riqueza y prosperidad que la ciudad alcanzaría tras su fundación. Alejandro no pudo ver la ciudad construida, pues partió poco tiempo después para culminar sus campañas contra Darío, rey de los persas. La muerte le sorprendió en Babilonia años