Mi primera revista | Page 142

Como no hay nada mejor que ser reconocido fuera de las fronteras para potenciar el orgullo nacional, cuando regresó a España fue recibido quizá con más honores de los merecidos, culminando con la simbólica coronación en Granada como poeta nacional. Había alcanzado el Parnaso, y habitaba entre las musas.

Se volvió a casar para formalizar una conducta reprochable, pero admitida, de aventuras propias de un hombre de “corazón loco” y fantasía desbordante. Cuando murió, víctima de una operación fallida para extraerle un tumor cerebral, tuvo un entierro como los que se organizan para homenajear a las mentes preclaras o a aquellos cuyas obras han impactado, sea del modo que sea, a la humanidad. Durante su entierro, en el Teatro Calderón de Valladolid se representaba su obra más famosa, ya, para siempre, ligada a los difuntos.

Don Miguel de Unamuno lo consideraba un mal poeta, pero reconocía que era un extraordinario versificador. No honró demasiado a su ciudad natal, pero sí sucedió a la inversa. Así que aquel joven que se dio a conocer en un cementerio, y que de niño aseguraba haber visto un fantasma en su casa pucelana (el fantasma de su abuela Nicolasa, que, por cierto, ha traído por la calle de la amargura a algunos gestores y trabajadores del actual museo), tuvo la osadía de salvar, por amor, a uno de los mitos literarios de la literatura universal: Don Juan Tenorio. Y es que, en el fondo, a todos nos puede la sensiblería de los finales felices.

Total, que ahí lo tenemos, protagonizando gran parte de la vida de la ciudad. Lo que sea o no verdad en su biografía y leyenda no importa tanto como la curiosidad de averiguarlo, acudiendo a leer su vida y obras. Porque la literatura nos sigue salvando de la vida: “Lo falso a lo verdadero /lleva ventaja infinita/ la mentira es muy bonita, y yo siempre la prefiero”.