Como no hay nada mejor que ser reconocido fuera de las fronteras para potenciar el orgullo nacional, cuando regresó a España fue recibido quizá con más honores de los merecidos, culminando con la simbólica coronación en Granada como poeta nacional. Había alcanzado el Parnaso, y habitaba entre las musas.
Don Miguel de Unamuno lo consideraba un mal poeta, pero reconocía que era un extraordinario versificador. No honró demasiado a su ciudad natal, pero sí sucedió a la inversa. Así que aquel joven que se dio a conocer en un cementerio, y que de niño aseguraba haber visto un fantasma en su casa pucelana (el fantasma de su abuela Nicolasa, que, por cierto, ha traído por la calle de la amargura a algunos gestores y trabajadores del actual museo), tuvo la osadía de salvar, por amor, a uno de los mitos literarios de la literatura universal: Don Juan Tenorio. Y es que, en el fondo, a todos nos puede la sensiblería de los finales felices.