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¨El Misterio de Belicena Villca¨
Si bien los Señores de Tharsis no hablaban sobre sus ideas religiosas, en cambio
actuaban: y lo hacían ostensiblemente, para atraer la atención sobre el comportamiento
ejemplar y desviarla de los pensamientos discutibles. Los favorecía, en gran medida, la gran
ignorancia que caracterizaba a los clérigos y Obispos de la Época: éstos sólo se fijaban en la
parte exterior del Culto y en la fe y obediencia demostrada por los creyentes. Y, en ese
sentido, los de Tharsis constituían un modelo de familia cristiana: eran ricos terratenientes
pero muy humildes y virtuosos; siempre trabajando sus propiedades en Huelva pasaban gran
parte del año en la campaña; ayudaban generosamente a la Iglesia y mantenían, en la Villa de
Tharsis, una Basílica consagrada a la Santísima Virgen; ¡hasta habían formado, con la gente
de la aldea de Turdes, una “Orden Menor de Lectores” encargada de exponer el Evangelio a
los Catecúmenos que iban a ser bautizados! Sí, la Iglesia podía estar orgullosa de la Casa de
Tharsis.
En verdad, los Señores de Tharsis no mentían en esto pues afirmaban que la Imagen más
Pura del “nuevo Cristianismo” era la de la Virgen María. Por eso, ya a mediados del siglo III,
transformaron la Basílica romana donde se oficiaba el Culto de Vesta en una Ecclesiae
Cristiana. Conservaron el edificio intacto, pero reemplazaron la Estatua de Vesta y
construyeron un Altar para celebrar la Eucaristía, en el que depositaron, también, la Lámpara
Perenne. En lo posible, los Señores de Tharsis trataron de que la Capilla fuese atendida
siempre por clérigos de la familia, aunque debido a su importancia recibía periódicas visitas del
Obispo de Sevilla y de los Presbíteros de la zona. La adoración elegida para el Culto de la
Virgen tenía origen autóctono pues los mismos Señores de Tharsis, cuando se presentaron
frente a los Sacerdotes Cristianos, lo hicieron asegurando que habían presenciado una
manifestación de la Virgen. Según ellos la Virgen se había aparecido en una gruta poco
profunda situada a escasos metros de la Villa de Turdes, caso que podían atestiguar todos los
miembros de la familia y algunos criados: la Virgen se había mostrado en el Esplendor de Su
Majestad y les había pedido que adorasen a su Divino Hijo y que la recordasen con un Culto.
Entonces los Señores de Tharsis, presa de visible excitación, declararon que deseaban
abandonar el Culto Pagano y convertirse en Cristianos. Semejante conversión voluntaria de
tan poderosa familia hispano romana, causó gran satisfacción a los Sacerdotes Católicos pues
agregaría prestigio ejemplar a sus misiones evangelizadoras en la región. De allí que
aceptasen de buen grado la iniciativa de los de Tharsis de destinar la Basílica al Culto de la
Virgen de la Gruta.
Y así comenzó en la Villa de Turdes el Culto a Nuestra Señora de la Gruta, que sería
famoso en el Sur de España hasta el fin de la Edad Media, hasta que el último de los Señores
de Tharsis abandonó definitivamente la península y la Iglesia promovió su prudente olvido.
Para comprender las intenciones que los Señores de Tharsis ocultaban tras su conversión e
instauración del Culto a la Virgen, no hay nada más revelador que observar la Escultura con la
que reemplazaron la Estatua de Vesta.
Las cosas habían cambiado bastante desde la Época de los cartagineses. Ahora la Villa
constaba de una enorme Residencia Señorial en la terra dominicata y de unas cincuenta
hectáreas de terra indominicata entregadas al cultivo; una aldea campesina, también llamada
Villa de Turdes, se había levantado cerca de la Residencia de los Señores de Tharsis; y en un
límite de la aldea, sobre una colina que descendía suavemente hacia la Residencia Señorial,
los Señores de Tharsis habían destinado para Iglesia y Parroquia local una excelente Basílica
romana. Los Catecúmenos, que iban a escuchar la missa catechumenorum, y los Fieles, que
luego asistirían a la particular missa fidelium, llegaban hasta el atrium, un patio rodeado de
columnas, y pasaban junto a la fuente llamada Cantharus, antes de ingresar a la nave central.
Construida sobre un plano rectangular, la Basílica tenía tres naves: dos naves laterales que
formaban la Cruz, y la nave central, que estaba dividida por dos columnas de asientos,
ocupados, a la derecha por los hombres y, a la izquierda, por las mujeres; la nave central
terminaba en el ábside, un ensanchamiento abovedado y elevado donde estaba el
Sanctuarium. Normalmente, en todas las iglesias de la Época, al fondo del ábside se
encontraba la Cátedra Episcopal, que era el trono ocupado por el Obispo, conjuntamente con
otros asientos, para los Presbíteros. En la Basílica de Tharsis, la Cátedra Episcopal, como se
verá enseguida, había sido cedida a la Santísima Virgen. Delante de la Cátedra Episcopal, en
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