Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 68
¨El Misterio de Belicena Villca¨
como él, tiene el poder de abrir las Fuentes con sus golpes, sólo que en su caso se trata de
las Fuentes de la Sabiduría.
Los sobrevivientes de la Casa de Tharsis, curiosamente dieciocho en total, se hallaban
reunidos cerca de la Caverna Secreta, en una estrecha terraza protegida naturalmente con
enormes rocas que permitían una cierta defensa y desde la cual se podía dominar la ladera de
la sierra. Cuenta la saga familiar que, un momento antes, los Hombres de Piedra, únicos que
sabían ingresar en ella, habían sostenido un consejo en la Caverna Secreta: frente al desastre
que se abatía contra la Casa de Tharsis, juraron dedicar todos los esfuerzos para dar
cumplimiento a la misión familiar y para salvar a la Espada Sabia. Era preciso que la Estirpe
continuase existiendo a cualquier costo; en cuanto a la Espada Sabia, decidieron que, tras la
muerte de la última Vraya, quedase perpetuamente depositada en la Caverna Secreta, por lo
menos hasta el día en que otros Hombres de Piedra, descendientes de la Casa de Tharsis,
observasen en ella la Señal Lítica de K'Taagar y supiesen que deberían partir: hasta esa
ocasión la Espada Sabia no volvería a ver la luz del día.
Al salir, comunicaron estas determinaciones a sus parientes y requirieron noticias sobre el
Reino. Pero las noticias que llegaban al improvisado refugio eran extrañas y contradictorias.
Se debería descartar una pronta ayuda de los romanos pues los Golen habían sublevado
contra ellos a todos los pueblos de las Galias, cortándoles el camino hacia España: el acudir
en socorro de Tartessos exigía ahora una expedición muy numerosa, que dejaría
desguarnecida a la misma Roma. Por otra parte, en Tartessos, la victoria cartaginesa había
sido aplastante: toda la Tartéside estaba en poder del General Barca, lo que completaba la
ocupación total del Sur de España. A los Señores de Tharsis sólo les quedaban sus vidas y un
batallón de fieles y aguerridos guardias reales. Sin embargo, algo extraño y contradictorio
ocurrió.
Amílcar Barca, es cierto, hizo arrasar Tartessos hasta convertirla en escombros. En esta
acción tanto él, como el ejército mercenario, actuaron movidos por una furia homicida que
superaba todo razonamiento, por una fuerza indominable que se apoderó de ellos y no los
abandonó hasta no haber destruido completamente la ciudad ya ocupada. Fue como si el odio
experimentado durante siglos por los Golen contra la Casa de Tharsis se hubiese acumulado
en algún oscuro recipiente, quizás en el Mito de Perseo, para descargarse todo junto en el
Alma de los cartagineses. Empero, luego de consumarse la irracional destrucción, el General
Barca y los Jefes militares que lo acompañaban recobraron bruscamente la lucidez, no siendo
ajeno a ese fenómeno la muerte de los veinte Golen y la partida de Bera y Birsa.
Momentáneamente, algo se había interrumpido, algo que impulsaba al General Barca a desear
la aniquilación de la Casa de Tharsis; y no quedaban más Golen en la Tartéside para
reiniciarlo. Entonces, libre por el momento de la pasión destructiva del Perseo argivo, Amílcar
Barca obró con la sensatez de un auténtico cartaginés, es decir, pensó en sus intereses
personales. Para Amílcar Barca el enemigo no estaba solamente en Roma; allí, en todo caso,
estaba el enemigo de Cartago; pero en Cartago también estaban los enemigos de Amílcar
Barca, los que envidiaban su carrera de General exitoso y desconfiaban de su poder; los que
lo habían enviado ocho años antes a conquistar aquel país inhóspito y no tenían intenciones
de hacerlo regresar.
Pero Amílcar Barca les pagaría con la misma moneda, demostraría hacia el Gobierno de
Cartago la misma indiferencia y usufructuaría en provecho propio y de su familia el inmenso
territorio conquistado: ¡España sería la Hacienda particular de los Barca! Mas, para eso, habría
que contar con la imprescindible colaboración de la población nativa, que había manejado
hasta entonces al país y conocía todos los resortes de su funcionamiento. Y aquellos pueblos
belicosos, que fueron libres por siglos, no se someterían fácilmente a la esclavitud, esto lo
advertían claramente los Bárcidas, a menos que sus propios Reyes y Señores los
convenciesen de que era mejor no resistir la ocupación. La solución no sería imposible pues,
según la particular filosofía de los cartagineses, “sólo debería ser destruido aquel que no
pudiese ser comprado”.
La extraña y contradictoria noticia llegó así al refugio de los Señores de Tharsis: Amílcar
Barca les ofrecía salvar sus vidas si renunciaban a todo derecho sobre la Tartéside y
aceptaban entrar a su servicio para gobernar el país; en caso contrario, serían exterminados
como reclamaban los Golen. Con mucho dolor, pero sin alternativas posibles, los Señores de
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