Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 514
¨El Misterio de Belicena Villca¨
–Lo felicito, Lupus: unánimemente hemos coincidido en que la Operación Clave Primera
ha sido un éxito. A pesar de las pérdidas, que nada cuestan frente al beneficio espiritual de
haber frustrado los planes de los Demonios. Los tres caídos, Heinz, Hans y Kloster, serán
condecorados, así como también Von Krupp y sus hombres, pues no participaban de la
conspiración de Schaeffer.
–Permítame interrumpirlo, Kamerad Unicornius. Está muy bien eso de condecorar a los
muertos, pero ¿y qué me cuenta de los vivos? ¿Qué va a pasar con Karl Von Grossen, Oskar
Feil, y los dos tibetanos? ¿Dónde están ahora?
–Incomunicados, por supuesto –confirmó fatalmente Tarstein–. Mire, Lupus, solamente
podríamos dejarlos libres, y aún promoverlos, si Ud. se encarga de que no hablen fuera de
lugar.
– ¿Y cómo haría Yo para dar semejante crédito?
–Es simple, Lupus: sólo habría que formar un cuerpo dirigido por Ud. Por ejemplo, Oskar
Feil sería desde hoy su asistente; y Ud. se encargaría de controlarle la lengua. Del mismo
modo, Karl Von Grossen se dedicaría a entrenar un equipo de Elite para apoyarlo en sus
futuras misiones, y estaría en permanente contacto con Ud. ¿Qué le parece?
–Estoy de acuerdo –afirmé aliviado–, y muy complacido; porque esos hombres merecen el
mejor trato: son valientes y patriotas sin precio. Pero ahora, Señores, luego de aclarar ese
asunto que me preocupaba ¿podría hacer Yo algunas preguntas?
–Desde luego –aceptó Tarstein “Unicornius”.
–Bueno. El caso es que Uds. parecen saber qué ocurrió en aquel valle del Tíbet. Podrían
entonces, aclararme algunas dudas. Por ejemplo ¿por qué fuimos atacados y por quién? Y
también tengo un interrogante, quizás no tan “serio” como los anteriores, pero que no me
avergüenza plantear aquí: es sobre el futuro del perro daiva. No puedo negarles, Señores, que
me ha causado gran contrariedad dejar a Vruna enjaulado en Hamburgo, teniendo en cuenta
que se trata de un ejemplar único en la Tierra y que está próximo a dar a luz.
– ¡Tiene Ud. razón, Lupus! –Aceptó Tarstein–. Mañana temprano enviaremos al mejor
oficial veterinario de la , y su equipo de asistentes, con la misión de cuidar y transportar sano
y salvo a Berlín al perro daiva. No tenga dudas, que valorizamos a ese animal en su justa
medida y lo consideramos un arma secreta del Tercer Reich.
Y sobre lo que preguntó primero: –prosiguió Tarstein– ¡fueron Uds. atacados por los
Druidas!
– ¿Por los Druidas? –Repetí incrédulo– ¡Pero si estábamos en el Tíbet!
–Sí, por los Druidas. ¿Recuerda lo que le advertí el primer día que vino a esta casa?: “de
entre los cazadores de la Sinarquía, los Druidas están encargados de cobrar las piezas
de su especie”... de su especie, Von Sübermann . Le sorprende que ellos lo hayan
emboscado en el Tíbet, pero debe tener presente que Ud. se fue a meter en “La Puerta de
Bera y Birsa”, vale decir, la siniestra abertura por la que ingresan a Shambalá los Sacerdotes
de Melquisedec. En esa puerta en particular deseaba llamar Ernst Schaeffer, porque de allí
han provenido hace miles de años los Archi-Sacerdotes y Archi-Druidas de las Ordenes
europeas de la Fraternidad Blanca.
– ¿Bera y Birsa? –pregunté desconcertado.
–Efectivamente, Bera y Birsa –replicó el asiático, al que llamábamos “Ave Fénix”.
–Recuerde Lupus ¿no vio Ud. dos imágenes majestuosas, una a cada lado de la Puerta?
–Supongo que se refiere a las figuras de los Bodhisattvas alados, que estaban tallados en
las paredes de la garganta, o dvara, o Shen, es decir, en la abertura entre montañas al final de
la cañada. Las recuerdo perfectamente: en ambas paredes de la garganta de salida, y como
de una altura de 25 ó 30 Mts., existían dos bajo relieves que representaban a unos Seres de
naturaleza Divina, una especie de “ángeles” o “Bodhisattvas” armados.
Quedé en silencio unos segundos, evocando aquella inolvidable visión. Luego agregué:
–Tenían alas: los dos ángeles exhibían desplegadas sendas alas de paloma. Y vestían
túnicas blancas hasta los tobillos: ¡sí, era un traje de Druida o de efod levita! Incluso
ostentaban el trébol de cuatro hojas en el pecho; y pequeñas estrellas, soles, medias lunas,
en las guardas. Y recuerdo también sus armas: cada uno tenía su mano derecha cerrada
sobre un mango, del que sobresalían a ambos lados dos globos. La escena era muy sugestiva
y por eso la recuerdo con tanta nitidez: Yo me hallaba parado en la garganta de entrada,
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