Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 43
¨El Misterio de Belicena Villca¨
extremos más intensos de la violencia y la pasión: existieron quienes experimentaron en sus
vidas el odio más terrible y el amor más sublime que humanamente se puedan concebir; y toda
esa experiencia se condensaba y sintetizaba en el Árbol de la Sangre y se transmitía
genéticamente a los herederos de la Estirpe. Con el tiempo, las tendencias extremas se fueron
separando y surgían periódicamente Señores que eran puro Amor o puro Valor, es decir,
grandes “Místicos” y grandes “Guerreros”. Entre los primeros, estaban los que aseguraban que
la Antigua Diosa “se había instalado en el corazón” y que su Flama “los encendía en un éxtasis
de Amor”; entre los segundos, los que, contrariamente, afirmaban que “Ella les había Helado el
corazón”, les había infundido tal Valor que ahora eran tan duros “como las rocas de Tharsis”.
También las Damas intervenían en esta selección: ellas sentían el Fuego de la Sangre como
un Dios, al que identificaban como Beleno, ”el esposo de Belisana”, en realidad este Beleno,
Dios del Fuego al que los griegos conocían como Apolo, el Hiperbóreo, era un Arquetipo ígneo
empleado desde los días de la Atlántida por el más poderoso de los Dioses Liberadores como
“ropaje” para manifestarse a los hombres: me refiero al Gran Jefe de los Espíritus Hiperbóreos,
Lúcifer, “el que desafía con el Poder de la Sabiduría al Poder de la Ilusión del Dios Creador”, el
Enviado del Dios Incognoscible, el verdadero Kristos de Luz Increada.
Faltaba, pues, que de la Estirpe de los Señores de Tharsis brotase el retoño que habría de
cumplir la misión familiar, el que recrease en el Espíritu el Fuego de los Dioses y lo
comprendiese con el Símbolo del Origen. Le anticipo, Dr. Siegnagel, que sólo hubo dos que
tuvieron esa posibilidad en grado eminente: Lito de Tharsis, en el siglo XVI, y mi hijo Noyo en
la actualidad. Pero, vayamos hacia esto paso a paso.
Sexto Día
La sierra Catochar siempre fue rica en oro y plata. Mientras mi pueblo era fuerte en la
península ibérica, esa riqueza permitió que los Señores de Tharsis viviesen con gran
esplendor. El modo de vida estratégico había sido olvidado miles de años antes de adquirir los
derechos de aquel Señorío y ya no se “ocupaba” la tierra para practicar el cultivo mágico: en
esa Época, se creía en la propiedad de la tierra y en el poder del oro. Todos los Reinos
estaban infestados de comerciantes y mercaderes que ofrecían, por oro, las cosas más
preciosas: especias, géneros, vestidos, utensilios, joyas, y hasta armas; sí, las armas que en
el pasado eran producidas por cada pueblo combatiente, siendo las más perfectas acaparadas
por los pueblos del Pacto de Sangre, entonces podían adquirirse a los traficantes por un
puñado de oro. Y los Señores de Tharsis, con su oro y su plata, compraban a los campesinos
la mitad de sus cosechas: la otra mitad, menos lo necesario para subsistir, correspondía como
es lógico a los Señores de Tharsis por ser estos los “propietarios” de la tierra. Y el sobrante de
aquellos alimentos, junto con el oro y la plata que abundaban, iban a parar a los puertos de
Huelva, que entonces se llamaba Onuba, para convertirse en mercancías de la más variada
especie.
Los fenicios, descendientes de la Raza roja de la Atlántida, se contaban entre los pueblos
que adhirieron de entrada al Pacto Cultural. En el pasado habían sido enemigos jurados de los
iberos: tan sólo cien años antes de que mi familia llegase al Señorío de Tharsis, los fenicios
tenían ocupada la ciudadela de “Tarshish”, que se hallaba enclavada cerca de la confluencia
de los ríos Tinto y Odiel. Finalmente, luego de una breve pero encarnizada guerra, mi pueblo
recuperó la plaza, aunque condicionada por un tratado de paz que permitía el libre comercio
de los hombres rojos. Desde Tarshish hasta Onuba, en pequeños transportes fluviales o en
caravanas, y desde Onuba hasta Medio Oriente en barcos de ultramar, los fenicios
monopolizaban el tráfico de mercancías pues la presencia de mercaderes procedentes de
otros pueblos era incomparablemente menor. Sin juzgar aquí el impacto cultural que aquel
tránsito comercial causaba en las costumbres de mi pueblo, lo cierto es que los Señores de
Tharsis gobernaban un país tranquilo, que iba siendo famoso por su riqueza y prosperidad.
Pero he aquí que aquella paz ilusoria pronto vino a ser turbada; y no precisamente, como
podría concluirse de una observación superficial, porque el oro de Tharsis hubiese despertado
la codicia de pueblos extranjeros y conquistadores. Tal codicia existió, e invasores y
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