Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 399

¨El Misterio de Belicena Villca¨ embargo esa media hora de espera sería tan larga como un siglo, pues mi estado de ánimo me impulsaba a irme inmediatamente de allí y retornar a Berlín, asiento de la Flieger H.J. Luego de lavarme la cara con agua fría y dispuesto a aguardar a Oskar, me situé en un rincón solitario del enorme gimnasio. Estaba más tranquilo cuando llegó mi kamerad. –Hola Kurt –dijo– veo que estás mejor. –Sí Oskar. Ya pasó todo. Siento haberme descontrolado, pero los insultos del Profesor no me dejaron otra alternativa. ¿De qué querías hablarme? –pregunté fríamente, pues ignoraba su posición sobre lo ocurrido. –Escúchame bien Kurt, –dijo–. Tú eres mi amigo, el único en quien puedo confiar. He sido elegido por Ernst Schaeffer probablemente por equivocación, pues nada me une a él y a su grupo. Cada día que pasa, más me doy cuenta que hay algo raro en todo esto, pero vivo simulando, llevado por el deseo egoísta de compartir la misión en Asia y obtener el beneficio profesional que reportará a todos sus miembros. Quisiera hablar con plena confianza contigo para que me aconsejes, pero debes prometerme que no dirás a nadie lo que te cuente. ¿Lo harás Kurt? ¿Puedo confiar en ti? –Sabes que sí Oskar –dije aliviado– ten la seguridad que nadie se enterará de nuestra conversación ni de su contenido. –Acepto tu palabra, Kurt –me dio la mano para sellar el pacto–. Hay en todo este asunto varios puntos extraordinarios. El primero es el lugar de la misión: El Tíbet. Evidentemente nos equivocábamos cuando presumíamos que se trataría de espionaje. En el Tíbet no hay nada para espiar; allí se va a buscar otra cosa. Y eso no es todo. Tampoco es claro el criterio puesto en la selección de nuestro grupo, pues no se han elegido los mejores sino los más obsecuentes con el Profesor Ernst Schaeffer. ¿Qué dices a todo esto Kurt? –Después del incidente que he tenido hoy, no podría opinar imparcialmente sobre el Profesor Schaeffer, pero admito que hay algo anormal en todo esto –dije reflexionando sobre lo que me confiaba Oskar. –Si alguna duda tenía –continuó– ésta se disipó hace un rato, cuando discutió contigo. Él no te rechazó por algún motivo profesional, sino porque algo en ti, algo espiritual, podría hacer fracasar la misión. Y ese algo es para él sumamente odioso. No me gusta nada toda esta locura. ¿Crees que debería renunciar al grupo? –No sé distinguir ya lo bueno de lo malo –dije con tristeza– pero veo una buena razón para que continúes en la misión al Tíbet: ¡eres la única persona cuerda de ese grupo y alguien debe contar las cosas como son a la vuelta del viaje! Rió Oskar con mi respuesta. –Creo que te haré caso –dijo– pero será a ti a quien tenga al tanto de todo lo que ocurra. Me sentía halagado por la confianza de Oskar. –Otra cosa Kurt –continuó–. Sé que dejarás pasar lo de hoy y pronto lo olvidarás, pues así es tu carácter generoso, pero esta vez seré Yo quien te aconseje: ¡habla con tu Tutor y cuéntale todo lo ocurrido hoy! Se dicen cosas increíbles sobre los poderes espirituales de Rudolph Hess; nadie mejor que él para analizar la incalificable actitud de Ernst Schaeffer. Prométeme que lo pensarás, por lo menos. –Lo pensaré, lo pensaré –dije sorprendido por la sugerencia de Oskar–. Te lo prometo, aunque recién veré al taufpate dentro de un mes, para la graduación. Nos despedimos y una hora más tarde, abordaba el tren a Berlín sumido en sombrías cavilaciones. Capítulo XI La ceremonia de fin de clases se realizaba, conjuntamente con otras escuelas, en un gran festival, con desfiles multitudinarios de la Juventud Hitleriana, que culminaban en el Estadio de Berlín. Allí la plana mayor del Tercer Reich, encabezada por el Führer, establecía un contacto directo con la juventud por medio de discursos y proclamas. 399