Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 380
¨El Misterio de Belicena Villca¨
visible desencanto. Frente a mi sorpresa, se disculpó enseguida y me explicó cortésmente que
al recibir a un Elegido por primera vez, siempre abrigaba la esperanza ‘de que fuese uno de
Aquellos que cumplirían la Misión dispuesta por los Dioses’. Este comentario me aclaró todo y
comprendí en el acto que Yo, obviamente, no era uno de ‘Aquellos’ a quien Nimrod aguardaba.
No obstante, me trató con camaradería y ofreció participar de la Orden, realizando funciones
en extremo reservadas, que en nada harían peligrar mi posición. Acepté, por supuesto; y
aproveché su confianza para indagar algo más sobre la desgraciada búsqueda de los Elegidos
aptos para llevar a cabo los designios de los Dioses, búsqueda que sería casi imposible en el
infernal contexto de la Época actual”.
–“La clase de gente que Ud. busca, Nimrod ¿es de calidad superior a los Iniciados de la
Orden Negra ?”
–“No se trata de calidad sino de confusión estratégica, Señor Pietratesta. Tal vez si se
consiguiese trasplantar a uno de aquellos Iniciados del Castillo de Werwelsburg a esta Época,
sin que experimentase el paso del tiempo, tendríamos a un Camarada apto para la Misión.
Pero ahora, ciertamente, no tenemos un hombre semejante. Nuestros mismos Iniciados
podrían ser aptos para la misión si asumiesen completamente la Iniciación y dominasen
su naturaleza anímica, si se decidiesen a ser lo que son. Mas es difícil, muy difícil, que
los hombres espirituales de esta Época cuenten con el valor necesario para dejar de ser
lo que aparentan y sean definitivamente lo que en verdad son Sin embargo, los Dioses
aseguran que existen hombres capaces de tal valor, que se deben mantener abiertas las
puertas del Misterio hasta que ellos lleguen o los que están se trasmuten. Y esta certeza es la
que nos da fuerzas para seguir, Camarada Pietratesta”.
“Me hallaba en una casa de la Ciudad de Córdoba, –aclaró Oskar– perteneciente a la
Orden Tirodal. En la amplia habitación, amueblada como oficina, tras un imponente escritorio,
estaba sentado Nimrod observándome atentamente. Al fin abrió un cajón y extrajo un libro de
tapas rojas”.
–“Señor Pietratesta –dijo con seriedad–. Nadie llega hasta este lugar si previamente no ha
sido investigado en la Tierra y en el Cielo. Ud. ha satisfecho los requisitos y por eso le
ofrecemos esta oportunidad: ingresar a la Orden Tirodal y convertirse en uno de sus Iniciados.
Todos los que ingresan deben realizar los mismos actos, que son muy sencillos: básicamente
consisten en comprender y aceptar los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea, los que,
para beneficio de los Elegidos, hemos sintetizado en este libro –me alargó el libro rojo–. El
mecanismo de ingreso exige que Ud. lea este libro y decida si comprende y acepta su
contenido. Si la resolución es positiva queda inmediatamente incorporado a la Orden y
adquiere el derecho de acceder a los otros trece libros, que componen la ‘Segunda Parte’ de
los Fundamentos y contienen la preparación secreta para la Iniciación Hiperbórea. Si la
respuesta es negativa, si no comprende o no acepta los fundamentos de la Sabiduría
Hiperbórea, sólo tiene que devolver el libro y abstenerse de hacer copias, para quedar
desvinculado de la Orden. Debo advertirle –dijo con tono de amenaza– que la falta a esta
condición es castigada severamente por la Orden”.
Capítulo IV
Oskar prometió obrar con lealtad –dijo tío Kurt– y no tuvo ningún inconveniente en cumplir. El
contenido del libro no era desconocido para nosotros, aunque la novedad lo constituía el
lenguaje filosófico de alto nivel con el que estaba redactado: para un alemán-báltico como
Oskar, la lectura de aquel castellano puro fue una prueba extra, que sin embargo superó con
juvenil entusiasmo. De modo que al concluir la lectura, meses después, se apresuró a solicitar
el ingreso a la Orden de Caballeros Tirodal, siéndole asignado un día semanal para reunirse
en cierto lugar oculto con unos pocos Camaradas de extrema confianza, que estaban
estudiando la Segunda Parte de los Fundamentos y preparándose para el kairos de la
Iniciación. Y esta etapa, al decir del propio Oskar, constituía uno de los acontecimientos más
felices de su vida. Empero, si había algo que aún disgustaba a Oskar, eso era mi ausencia de
la Orden. Tal como me lo manifestara en aquella ocasión, en Tilcara, él creía que mi presencia
y la contribución de mis conocimientos sobre la Sabiduría Hiperbórea eran imprescindibles
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