Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 378
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Si no he entendido mal, ¿Tratarás de hallar una Orden esotérica que presumiblemente
existiría en Córdoba, una Orden de Constructores Sabios, una Orden dedicada al estudio de la
Sabiduría Hiperbórea?
Asentí con un gesto.
–Pues bien, Neffe: Yo estoy en condiciones de afirmar que muy posiblemente dispongo de
noticias precisas sobre dicha Orden. Y no sólo sobre ella sino sobre el misterioso Iniciado que
la ha fundado.
Aquello era lo último que hubiese esperado escuchar y, nuevamente, los labios
permanecieron sellados mientras en la mente los interrogantes se formaban a gran velocidad.
Pero tío Kurt no me dio tiempo a preguntar:
– ¡Te lo probaré! –dijo, mientras desataba un paquete que había traído disimulado en su
campera. Indudablemente tío Kurt no tenía intenciones de referirse a ese asunto, a menos que
mi impaciencia lo obligase, y por eso había ocultado aquel envoltorio: de no ser necesario, no
lo habría mostrado en ese momento.
Al concluir, quedó entre sus manos un libro de voluminoso aspecto, cubierto con gruesas
tapas forradas en tela roja. Sosteniéndolo frente a mis ojos, lo abrió y quedó al descubierto la
primera hoja; en ella se anunciaba en primer término, el título de la obra y el nombre del autor:
“Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea” por “Nimrod de Rosario”. Más abajo, una
inscripción daba indicios sobre la filiación del libro: “Orden de Caballeros Tirodal de la
República Argentina”.
Cuando hube leído aquellas escuetas frases, tío Kurt dio vuelta a la hoja y me señaló una
“Carta a los Elegidos” que se hallaba inserta a modo de prólogo; al final de la misma, tres
hojas después, se encontraba la firma del autor, Nimrod de Rosario, y la siguiente indicación:
“Córdoba, Agosto de 1979”.
– ¡Seis meses! –Exclamé– ¡Sólo seis meses que fue publicado! ¿Cómo, tío Kurt, cómo
Demonios llegó a tus manos?
–Ja, Ja. No precisamente por voluntad del Demonio sino a mi buen amigo Oskar, quien
falleció hace sólo tres meses y se llevó el secreto a la tumba. –Aquí se puso serio, al notar el
desencanto en mi rostro–. Sé que esta parte de la noticia no va a causarte ningún agrado,
pero es preferible que conozcas de entrada la verdad.
Oskar, de quien te hablaré más adelante, se hallaba como Yo refugiado en la Argentina
desde 1947. Al igual que con tus padres y otros Camaradas, solía encontrarme con él un par
de veces por año: luego de esos encuentros secretos cada uno regresaba a sus tareas
habituales. Ni cartas, ni teléfono, nada nos debía vincular si es que deseábamos continuar
libres. A mí, ya se sabía que me perseguía una organización secreta cuyas órdenes decían sin
dudar “ejecutar donde sea hallado”; pero el caso de Oskar era distinto: a él lo buscaban
“oficialmente” para ser juzgado por “crímenes de guerra”, y el reclamo lo hacía la Unión
Soviética, puesto que Oskar Feil era oriundo de Estonia. Pero Oskar, que pasaba por
inmigrante italiano con el nombre de “Domingo Pietratesta”, había contraído matrimonio en la
Argentina y tenía una hermosa familia a la que se debía proteger por sobre todas las cosas: en
su caso no cabía ni pensar la posibilidad de dejarse atrapar por el Enemigo. Por eso
extremábamos las precauciones para reunirnos cada seis meses. Y es que tampoco podíamos
dejar de unirnos pues ambos éramos entrañables Camaradas, no sólo desde la guerra, sino
desde muchos años antes, desde la época en que juntos cursáramos la Escuela
–Ah, Oskar, Oskar, –suspiró tío Kurt–. Un amigo para más de una vida. Una compañía
para conquistar Cielos e Infiernos, un Camarada para la Eternidad.
– ¿P, pero él murió? –dije balbuceando, para traer a tío Kurt a la realidad.
Se quedó un instante en silencio. Al fin pareció reparar en mí, y continuó con su relato.
–Sí, Neffe. Oskar falleció hace cuatro meses; de “muerte natural”, según todas las
versiones, pero no se me oculta que pudo haber sido asesinado: sea de su muerte lo que
fuere, su esposa jamás denunciaría públicamente la verdad. El futuro de los tres hijos de
Oskar la obligaría a morderse los labios antes de hablar. De manera que ignoro con certeza lo
que ocurrió ya que, por obvias razones, no podré acercarme a su familia hasta pasado un
tiempo más bien largo; un año o más.
¡Pero vayamos a lo tuyo, Arturo! –dijo con energía, luego de suspirar profundamente,
como despidiéndose de su amigo muerto–. Hace unos dieciocho meses, más o menos, nos
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