Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 267
¨El Misterio de Belicena Villca¨
La Princesa dibujó rápidamente su símbolo en la frente del monstruo y he aquí que el
prodigio mayor aún no había sido alcanzado. La horrible criatura de fuego se disparó hacia
arriba, como un resorte, atravesando el techo de la torrecilla y llevando en su testa a la bella
jinete.
Quienes estaban afuera, en los pasillos del Zigurat y alrededor de su base, aún hacían
silencio pues sólo habían transcurrido unos minutos desde que cesara la música y porque los
terroríficos rugidos que emitía el monstruo, invisible para ellos, bastaban para silenciar
cualquier garganta. En el momento que la Princesa dibujaba el Signo primordial y el Dragón se
elevaba, un grito de espanto brotó de todas las bocas. Justo sobre la torrecilla, a no mucha
distancia de su techo, el Cielo se corrió como si se hubiera rasgado una tela.
Una negra abertura era ahora claramente visible para todos los que presenciaban el
extraño fenómeno. Y lo más curioso y anormal era que el tenebroso agujero ocultaba
totalmente al Sol, a pesar de que éste, por hallarse mucho más alto, debería verse desde
algún ángulo lejano. Sin embargo nadie vio más al Sol, aunque su luz seguía iluminando el
medio día como si estuviera en su zenit. Es comprensible que sometidos a tan intensas
emociones nadie se preocupara por la suerte del Sol pues, en tanto que el terror había
paralizado a los cobardes habiros, los Kassitas aullaban de furia elevando los puños hacia el
cielo. Es que el espectáculo era impresionante y justificaba cualquier distracción. El monstruo
de fuego, luego de que la Puerta del Cielo se abriera, se había transformado totalmente. En un
primer momento pareció como si la espantosa cabeza se hubiese introducido en la tenebrosa
abertura ya que sólo era visible un cilindro resplandeciente, como un haz de fuego, que surgía
de la torrecilla y se internaba en las alturas. Pero pronto fue evidente que una metamorfosis
estaba ocurriendo y al cabo de unos segundos un nuevo prodigio se ofrecía a la azorada vista
de los habitantes de Borsippa. Primero se tornó bulboso y se cubrió de protuberancias,
mientras cambiaba de color y se teñía de marrón; luego, muy rápidamente, los bulbos se
extendieron hacia afuera y se transformaron en afiladas ramas cubiertas de agudas púas y de
algunas hojas verdes; apenas unos segundos después era un gigantesco árbol de espino el
que se erguía, insólitamente, sobre el Zigurat del Rey Nimrod.
Desde la base de la Torre sólo se veía parte del tronco y del follaje superior, pues la copa
parecía perderse adentro de la Puerta del Cielo mientras que la raíz permanecía oculta a la
vista, en el interior de la torrecilla. Pero lo que vale la pena destacar es que, no bien se
completó la metamorfosis, desapareció todo vestigio de fuego, energía o plasma, y el
fenómeno se estabilizó no produciéndose más cambios. Parecía entonces como si el árbol
espino hubiese estado siempre allí... si no fuera por la siniestra rasgadura del Cielo que
sugería atrozmente todo tipo de anormalidades y alteraciones del orden natural.
Pero nadie dispuso del tiempo suficiente como para horrorizarse. No bien se hubo abierto
el Cielo dos figuras corrieron velozmente hasta la última rampa, la que conducía a la terraza
de la torrecilla, y, ya allí, tensaron los arcos apuntando hacia el Umbral. Eran Nimrod y Ninurta,
el Rey y el bravo General, los únicos guerreros que poseían la coraza de metal y que, por eso,
avanzaban primero, protegidos por la Elite de arqueros.
El Rey y el General apuntaban sus arcos hacia las tinieblas de la abertura tratando de
distinguir un blanco cuando, súbitamente, dos figuras emergieron blandiendo sendas espadas.
Los Demonios, con aspecto de “hombre de raza blanca”, de cinco codos de alto, parecían
flotar en el aire, pero de alguna manera obtenían punto de apoyo pues lograron descargar sus
espadas sobre los heroicos arqueros. Las hojas relampaguearon al surcar el espacio pero
rebotaron sin penetrar en las corazas de Nimrod y Ninurta. Sin embargo el impacto hizo a
éstos rodar aturdidos por el techo de la torrecilla que hacía las veces de última terraza.
Una lluvia de flechas se abatió entonces sobre los “Demonios Inmortales” y, aunque
muchas de ellas rebotaron en sus corazas, otras tantas penetraron acribillándolos. Cayeron los
gigantes malheridos junto al Rey Nimrod quien rápidamente los decapitó, enarbolando sus
enormes cabezas ante la enfervorizada muchedumbre.
Mientras el Rey Nimrod hacía esto y luego arrojaba hacia la multitud el sangriento trofeo,
el General Ninurta, acompañado por parte de la Elite guerrera, comenzó a trepar por el árbol
Enlil que unía el Cielo con la Tierra. ¡Por primera vez en miles de años un grupo de Guerreros
Sabios se aprestaba a tomar por asalto a Chang Shambalá!
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