Solo te amé un día, es verdad. Solo uno porque no pudimos permitirnos más, pero ese día tuvo tantas horas que aún hoy, cuarenta y tres años después, guardo de ellas algún minuto.
Que solo fuera un día, ni siquiera con su noche, no fue capaz de impedir que sus esencias hayan durado toda una vida. Toda… Entera.
Fue una hora nerviosa, con miedos. Después otra más tranquila, sin prisas, con pausas, y de aquel día tan lejano solo queda el recuerdo de tus besos alcalinos, pero qué más da si ese recuerdo aún no se ha borrado.
Hasta hoy he sido capaz de alejar el frío de mi cuerpo tan solo recordándote a mi lado, como nunca más quisiste estar. Y tu recuerdo vivo ha atravesado todo este largo camino conmigo, hasta aquí, hasta estos últimos suspiros que guardaba para dejar escapar tu nombre antes de morir. Se me va la vida y aún me quedan unos segundos de aquellas horas que compartimos… ¡Qué pena no haberlos guardado en el álbum de fotografías nuestras, ese que quedó vacío, pero repleto de recuerdos, y que nadie mirará nunca ya… Como si no hubiera existido… Como esa película de que nadie quiere ver, y que se esconde entre cajas apiladas en la parte más oscura del desván.
Nadie lo sabrá jamás… Ni siquiera tú, ya que para ti solo fue un momento, unas horas, o un solo día… Nada más. En cambio yo te he amado todos los días de todos estos años, a tu lado o lejos de ti, sin que tú lo supieras nunca. Ahora, por fin, descansaré.