La enorme cantidad de autorretratos, alrededor de cien, prueba no sólo que, entre los pintores de su época, fue uno de los mayores observadores del yo, captaba de forma figurativa su personalidad y sus poses, se auto representaba, entregándose con pasión a la captación, común a la singularidad de cada postura.
Un aspecto importante en las obras de este pintor es la utilización recurrente del espejo, el cual marca con bastante precisión el comienzo de un nuevo desarrollo artístico. Se convierte entonces, en un instrumento para el descubrimiento de la identidad, que permite experimentar con el propio yo. El acto de mirarse supone un verse y no verse; pintarse supone un verse y recordarse:“ El autorretrato es ruina. Ese rostro desfigurado como memoria de sí que permanece o retorna como un espectro desde que en la primera mirada sobre sí se eclipsa una figuración. La figura entonces contempla su visibilidad encentada ».( 2004:22)
Retomando la fuente pictórica, se observan en sus pinturas mujeres relajadas por completo y en poses placenteras, parecen abandonarse a sueños y fantasías eróticas inventadas por los deseos masculinos. Precisamente por ello, el espectador se convierte en voyeur: penetra en la esfera íntima de una persona, ve algo que no está dirigido a él y, no obstante, permanece como espectador secreto.
El ojo se convierte en un testigo de una estilización de mímica y gestos, es decir, las pinturas evocan a una mujer que se despoja de su identidad al despojarse de su vestido. De esta manera, el referente pictórico de Egon Schiele crea en el artista adolescente el deseo de reencarnar en su admirado pintor.
Dentro del plano diegético de la novela, Schiele y su obra desempeñan diversas funciones en lo que corresponde a la caracterización de los personajes y a la narración misma. A través de una voz narradora omnisciente que sobrevuela de un punto de vista a otro, y reduplicando narrativamente esa perspectiva pictórica“ de ave de presa”( 1997, p. 33) que caracteriza( según Fonchito) los dibujos de Schiele.
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