En una ocasión, el bondadoso Gran Espíritu sintió deseos de visitar la tierra, anhelaba
contemplar nuevamente el mundo que había ayudado a crear. Entonces, invitó a Yaa-
Kin, el príncipe del Sol, para que lo acompañara en su viaje y, tomando forma humana,
descendió hasta llegar a la tierra.
La noticia de esta visita hizo que Box-Buc, el príncipe de las Tinieblas, se tornase negro
de envidia. Y juró vengarse haciendo fracasar los planes de los viajeros.
Con esa finalidad, envió a sus espías a seguir la pista de los forasteros, y se sentó en su
trono de ébano para aguardar los resultados de sus maquinaciones.
Sin embargo, tan pronto como los visitantes entraron en la selva, los buenos genios del
monte, se dieron cuenta de la presencia de los espías, y juraron proteger a sus
huéspedes.
Contrariados por los constantes fracasos de sus planes, los espías decidieron interrogar
a las aves, dulcificando su áspera y desagradable voz todo lo que les fue posible.
Sin embargo, con aquellas fingidas voces, no lograron engañar a los astutos pajaritos. Y
todos se rehusaron a darle información alguna, excepto Bech, que ambicionaba un
mundo para ella.
La egoísta codorniz le dio instrucciones en secreto a su prole. Y cuando los divinos
visitantes se aproximaron, la numerosa familia de la codorniz levantó el vuelo,
produciendo un gran estruendo, que hizo a los viajeros detenerse a investigar, todo lo
cual permitió a los espías ubicarlos.
El Gran Espíritu sintió honda pena al darse cuenta de la perversa
estratagema de Box-Buc; pero al reconocer en el ave delatora a
la codorniz – precisamente a la que él había amado tanto-,
lágrimas de desengaño brotaron de sus ojos, y sentenció:
“Traicionera Bech, de hoy en adelante, tú y todos los tuyos
quedarán a merced de las fieras y cazadores, pues cerca de la
tierra vivirán para siempre”.
El Buho, Sabio Consejero
Un buen día, las aves de la tierra del Mayab prepararon un suntuoso banquete en honor
de su rey, el pavo real. Todos los pájaros fueron
invitados a la fiesta, y se nombró una comisión especial
para escoltar a Tunkuluchú, el búho.
El búho detestaba esos convites; sin embargo, los
miembros de la comisión, temiendo la cólera del rey, lo
convencieron de que, como gran consejero de la corte,
estaba obligado a presidir el banquete.
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