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masas, incluido el llamado
“progresismo” bien pensan-
te, tienen su correspondiente
anhelo del padre; todas, por
su parte dividen y segregan.
Que el frente progresista
sea preferible al frente na-
cional, eso es algo obvio;
pero la unificación democrá-
tica también alberga su hue-
vo de la serpiente. Caer so-
bre el populismo sin interro-
gar el lugar, digamos, liberal
donde se ubica la oposición,
es un modo de ocultar la res-
ponsabilidad del psicoana-
lista arrastrado, como todo
el mundo, por las corrien-
tes espontáneas de la vida
social. El progresismo está
en una encerrona porque la
inmigración también es un
problema para él: el temor
frente a una lengua extraña,
unas conductas sospechosas,
por más que la buena con-
ciencia presione para libe-
rarse de prejuicios, es algo
en común con el cerril con-
servadorismo, cerril y brutal,
del Frente Nacional.
Pero este Frente es un es-
pejo deformado, sin duda, de
encrucijadas que el progresis-
mo no ha sabido sortear. Las
instituciones psicoanalíticas
bailan al compás del mundo.
La jauría marcha a paso mi-
litar, izquierda, derecha, al
frente, marchen, como diría
el final pantagruélico de Ber-
lin Alexnderplatz de Döblin.
Pavonearse con ciertas no-
ciones sin duda ciertas de
Freud, encubre una conduc-
ta que pone a las institucio-
nes psicoanalíticas del mismo
lado que la ya vetusta univer-
sidad, encerrada en su cerco
ideológico.
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1. En su Esquema del psicoanálisis
(1938) escribió Freud: “El punto
de partida para esta indagación
lo da el hecho de la consciencia,
hecho sin parangón, que desafía
todo intento de explicarlo y des-
cribirlo. Y, sin embargo, si uno
habla de consciencia, sabe de
manera inmediata y por su ex-
periencia personal más genuina,
lo que se mienta con ello.”
Parece repetir lo que San Agus-
tín dijo del tiempo: si no pienso
en él, sé perfectamente de qué
se trata; si intento pensarlo, ya
no sé qué pensar.
Universidad y Psicoanálisis
Psicoanálisis-Universidad,
su política
Escribe
Amelia Haydée Imbriano
[email protected]
El discurso es el ejercicio de un poder: Des-
de Freud, la trayectoria del psicoanálisis, ha de-
mostrado que se trata de un discurso, cuestión
que no le pasó inadvertida. Todo discurso impli-
ca el ejercicio de un poder, una praxis política,
y en particular –así como gobernar y educar–
un ejercicio “imposible”. La referencia freudia-
na a su llegada a los Estados Unidos, “No sa-
ben que les traemos la peste”, nos ofrece uno
de los tantos rastros de sus efectos. El más im-
portante, justamente, es tratarse de un ejerci-
cio imposible, pues eso implica que no cesa de
no inscribirse. O sea, es un discurso que insiste
sin cesar, que resiste a los avatares del sujeto y
el presunto mundo. Nos expresamos en térmi-
nos de “presunto” respecto del mundo porque
desde su etimología significa “limpio” y justa-
mente, por el efecto de discurso, se constituye
como “in-mundo” por las manipulaciones de la
política implicada.
“Se define discurso como la organiza-
ción de la comunicación, principalmente
del lenguaje, específica de las relaciones
del sujeto con los significantes, y con el ob-
jeto, que son determinantes […] y reglan
las formas de lazo social […] El psicoaná-
lisis coloca acento no en una subjetividad,
sino en su sujetamiento, entendiendo por
ello lo que puede determinar a un sujeto,
producirlo, causarlo, o sea, su historia, y,
más precisamente, la historia de un decir, el
que estaba ya antes incluso de su nacimien-
to en el discurso de sus padres, el que des-
de su nacimiento no cesa de acompañarlo y
de orientar su vida en un ‘tú eres eso’”.(1)
¿Eso? ¿Un objeto? ¿Qué tipo de objeto? Es
un objeto tan especial que, de todos los entes
del mundo, es el único que se pregunta por su
ontología, y en esa interrogación provoca las
in-mundicias, se produce como barroso y quien
se articula en el lazo social, se embarra. O sea,
se humaniza (humus = barro).
Lacan ha referido: “antes de toda formación
el sujeto, de un sujeto que piensa, que se sitúa
en él –algo cuenta, es contado, y en ese conta-
do ya está el contador–. Sólo después el suje-
to ha de reconocerse en él, y ha de reconocer-
se como contador”.(2)
Y, aquel que puede reconocerse como “con-
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tador” es quien se implica en una política
preguntándose: ¿Qué quiere el Otro de mí?
¿Qué me quiere el Otro? ¿Puede perderme?
Como el Otro no puede otorgar la respues-
ta, comprobamos la tesis lacaniana respecto
que el sujeto no es sin los significantes del
Otro (alienación), y que a la vez, no es nin-
gún significante del Otro (separación). Así las
cosas, emerge una constitución implicada en
una política: el deseo del hombre es el deseo
del Otro, desde lo cual se entiende que el sujeto
quiere ser objeto del deseo del Otro y objeto de
reconocimiento también. Es el deseo del Otro, y
si bien se constituye a partir del Otro, en el in-
tento construye una falta articulada: sujeto en
tanto que dividido, objeto en tanto que perdi-
do. Y, ¡así se constituye una política del deseo!
En el Siglo XXI asistimos a un mundo lleno
de gadgets que se ofrecen como complementa-
rios para el sujeto, y estamos muy comprome-
tidos en pensar que el discurso que hemos de-
nominado “de gestión capitalista” dificulta ese
espacio de falta en el sujeto que le permita la
construcción del deseo. La omnipresencia del
Otro en la sociedad contemporánea, conjunta-
mente con un padre culturalmente en declive,
sustituido por un amo multinacional, genera
una transformación de la legitimidad del dis-
curso, una variación en la constitución subje-
tiva que queda de manifiesto en las dificulta-
des para trasmitir la ley, para organizar la me-
táfora jurídica, para organizar el lazo social en
los marcos de la institucionalización. Hoy cree-
mos que somos ciudadanos del mundo, y acu-
mulando nuestras inmundicias, hacemos cami-
nos en andares que transforman lo ilegítimo en
legítimo. De este modo, el discurso realiza una
gestión en donde el significante amo dirige la
verdad, la construye de acuerdo a su ambición.
Si nos referimos a “gestión” es porque consi-
deramos que se trata de una dirección de fun-
ciones, lo cual siempre implica el ejercicio de
un poder. En el caso del discurso capitalista,
que hemos denominado “de gestión comer-
cialista”, un agente interviene sobre la verdad
modificándola a su servicio, intentando “con-
juntarla” (armonizar los elementos de un con-
junto para aumentar su eficacia) con el plus de
goce(3). Por un lado, su efecto es el empuje a
la desmesura, o sea, a esa pulsión que no en-
cuentra la medida adecuada. En la Conferen-
cia de Milán, Lacan reflexionará sobre el mis-
mo haciendo referencia al rechazo a la castra-
ción que implica (4). Lo cual no es sin conse-
cuencias, tales como la construcción de un ído-
lo humano, en donde el sujeto se cree autor
de su discurso desconociendo su fundamento,