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Universidad y Psicoanálisis
El imperio de la redundancia:
la polémica universidad vs. psicoanálisis
Escribe
Juan Bautista Ritvo
[email protected]
I.
Sin duda, hay incompatibilidad entre un discurso –el uni-
versitario– que al menos en el campo de las humanida-
des, tiene un objetivo conservador y acumulativo, consti-
tuyendo una tradición sin fracturas ni pérdidas, que aplasta al
sujeto impedido de mostrar cualquier rasgo de singularidad, y
el psicoanalítico, que promueve un saber necesariamente dis-
perso y entre cuyos restos puede hallar alojamiento un sujeto.
Pero denunciar esta incompatibilidad puede ocultar que las
instituciones analíticas se han plegado al imperio de la redun-
dancia universitario al punto de ya no distinguirse de él.
Entre los que siguen el curso honorífico de la universidad y
los que se ubican en las escalas jerárquicas psicoanalíticas –ya
no vale la pena diferenciar las instituciones porque todas han
entrado en el “maravilloso mundo” de la globalización del sa-
ber– hay constantes transfusiones y ósmosis recíprocas.
En todos los casos el procedimiento es el mismo: los textos
fundamentales, que para interpretarlos es preciso rehacerlos
porque su sentido no es evidente y lo que emerge como evi-
dente es falso, son fetichizados. Así no pueden ser interroga-
dos; han pasado al estatuto de dogma. Y, ya se sabe, un dog-
ma es dogma porque está prohibido leerlo.
En reemplazo de la lectura se acude a la paráfrasis. Un texto
de Lacan se explica por otro texto del mismo Lacan o de algún
pequeño maestro autorizado. Se supone que su propiedad es
la verdad como verdad sin contestación posible, renunciando
así al descubrimiento mayor del psicoanálisis, que la vía de la
verdad es, en todos los casos, la mentira.
Claro, suele decirse, este es un criterio para el lenguaje de la
clínica, es decir, el lenguaje del síntoma, pero no para el len-
guaje teórico, el que a parecer ostenta todos los privilegios.
Esta ilusión fue alimentada, en varias oportunidades, por el
mismo Lacan. La más notoria y refutable es aquella en la cual
dice que si todo síntoma es una metáfora, decirlo ya no es me-
táfora. ¿Es concepto, entonces? ¿El concepto está más allá de
la metáfora? ¿No es, acaso, como el mismo Lacan en algún mo-
mento lo dejó entrever, una metáfora fundamental?
Desde luego, tenemos dos cruces. La primera concierne a la
teoría: los diversos niveles del significante no han sido explo-
rados por una especie de soberbia que repudia todo exterior
del psicoanálisis. Se han desoído críticas y sugerencias que vie-
nen de disciplinas cercanas.
(¡Oh Benveniste! ¡Cuántas cosas se podría aprender de él si
se lo leyera en serio!)
La segunda implica a la clínica: hay una disparidad profun-
da entre lo que ocurre en los análisis de control, donde emer-
gen las dudas, las perplejidades, las trampas del amor, las in-
consistencias del analista, y lo poco de eso que pasa a la esfe-
ra más pública de jornadas, reuniones, congresos, seminarios,
publicaciones de revistas, de libros.
Las llamadas viñetas clínicas son un monumento a la obse-
cuencia…
24 | Imago Agenda | N° 204 | Verano 2018
Y en cuanto a los testimonios del pase, un colega, en un tra-
bajo publicado hace años, los calificó con el título: la isla de
los esclavos.
¿Será posible que después de tantos años los únicos proble-
mas son problemas cruciales, no se conozca más tiempo que el
llamado tiempo lógico, sin advertir que entre ambos términos
hay una incompatibilidad tan profunda como fecunda, pero
que es necesario plantear de antemano para no pasar por alto
lo esencial?
Se ha dicho muchas veces y bien (yo también lo he dicho
a riesgo de caer en la redundancia denunciada) que tenemos
una enorme cantidad de respuestas, pero no sabemos cuáles
son los problemas.
II.
En otras épocas el discurso universitario (siempre
me refiero al campo de las humanidades) se ufana-
ba de sus aspectos progresistas, incluso vanguardis-
tas. En los últimos años, la temible globalización impuso con-
ductas sectarias, conservadoras, replegadas una y otra vez so-
bre el saber sabido al punto de que el sujeto, a la vez víctima
y victimario de sus procedimientos, está a punto de regurgi-
tar lo mal asimilado, vuelto tóxico por la prohibición gregaria
de interrogar sus fundamentos. A ningún becario se le ocu-
rre examinar el carácter destructivo de la democracia –la uni-
formización abstracta, que es valiosa y no rechazo, agrava el
conflicto incesante entre desposeídos y detentadores del po-
der, con lo cual digo, también, que las prácticas dictatoria-
les conducen al abismo–; ninguno saca las consecuencias de-
bidas de la infinita capacidad del ser humano para destruir-
se y autodestruirse, como ocurre en las clases populares –de
las dominantes no es necesario decir nada que no sea terri-
ble–, que oscilan entre bruscas erupciones y el sometimiento
servil a condiciones infrahumanas. A ningún psicoanalista se
le ocurre que el punto débil de la tópica freudiana no está lo-
calizado en el inconsciente sino en el lugar paradójico que le
asigna a la conciencia. 1
Quiero decir: todas las instituciones del saber contemporá-
neo tienen prácticas (estaba por decir “mafiosas”, pero se tra-
ta de un exceso…) corporativas, en el sentido fascista del vo-
cablo: el que cuestiona las reglas es ignorado y si insiste es ex-
pulsado y queda borrado su historial. Las instituciones del sa-
ber practican, sistemáticamente y desconociéndolo, lo que hace
todo el mundo: la segregación.
Voy a dar un ejemplo reciente que proviene de una entidad
analítica.
La F.E.P de psicoanálisis organizó en febrero del año próxi-
mo y en París unas jornadas bajo el título: “¿Qué compromi-
so político público puede hacer en nombre de psicoanálisis?”.
Y plantea, como ejemplo decisivo, la situación del “populis-
mo”, en obvia referencia a la derecha del Frente Nacional de
Francia de Le Pen.
¿Qué aporta supuestamente el psicoanálisis en esta ocasión?
Que el populismo no puede comprenderse sin el llamado Va-
tersensucht (anhelo o nostalgia del padre) que divide al “pue-
blo” (término que escriben entre comillas, pero no cuestionan)
y puede conducirlo a lo peor.
El argumento prueba demasiado: todas las formaciones de