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Universidad y Psicoanálisis
El psicoanálisis en la universidad
Escribe
Gabriel Belucci
[email protected]
“Entre todas las que se proponen en el siglo, la obra del
psicoanalista es tal vez la más alta porque opera en él como
mediadora entre el hombre de la preocupación y el sujeto
del saber absoluto. Por eso también exige una larga asce-
sis subjetiva, y que nunca sea interrumpida”.
J. L acan
1.
La extraterritorialidad del psicoanálisis a la universidad
forma parte de los lugares comunes de nuestro campo.
Es preciso matizar esa tesis. En primer lugar porque
las carreras de Psicología, al menos en la Argentina, parecen
derivarse directamente de la propuesta freudiana del «análisis
profano». Al separar el ámbito médico, que recorta una fisio-
logía desligada de su relación al lenguaje, de lo que hoy llama-
ríamos el «campo de la subjetividad», Freud toma partido de-
cididamente: la formación de los psicoanalistas no es deudora
de esa fisiología, sino de aquellas disciplinas que nos permiten
fundar una lectura del sujeto, en su relación al Otro. La antro-
pología, la lingüística, el estudio de las religiones, la literatura,
la historia y una filosofía, cuyo interés para nosotros rescatará
Lacan, son sólo algunas de las apoyaturas que el psicoanálisis
toma y que le permiten decantar sus conceptos.
Si bien las currículas de Psicología han incorporado en dis-
tinta medida esos fundamentos, está fuera de duda que su ra-
zón de ser, en su diferencia con la medicina, es justamente el
operar sobre la subjetividad. Conviene recordarlo en un mo-
mento en el que se esgrime nuevamente la pretendida subor-
dinación de las prácticas «psi» a la tutela médica. Es siguien-
do esa vía como se incorporarán a esas currículas numerosas
materias que hicieron de la teoría psicoanalítica su eje. Tal el
estado de las cosas.
Por otro lado, la universidad ha sido, en nuestro país, uno de
los ámbitos de producción y circulación fundamentales del psi-
coanálisis, y punto de partida para la formación de una gran
mayoría de analistas. Ello no sólo es cierto en lo concerniente
a los cimientos teóricos de esa formación, sino en lo que nom-
braré «la puesta en marcha de un deseo», aunque sus raíces
puedan leerse, après-coup, en otra escena.
2.
Volvamos sobre el estado de las cosas, para pregun-
tar: ¿qué se enseña? Incluso en las universidades en
las que el psicoanálisis tiene carta de ciudadanía, la
enseñanza de sus conceptos se circunscribe en buena medida a
los nombres fundacionales y las bases conceptuales de su pen-
samiento. Ello tiene sin dudas su razón, ya que es allí donde
esas bases se podrán establecer con solidez. Llama la atención,
sin embargo, el escaso avance sobre otras complejidades, tanto
de esos nombres fundacionales como de muchos que, con ellos
y más allá de ellos, han abierto otros caminos al psicoanálisis.
Y esto no es un detalle: la riqueza del psicoanálisis en nues-
tros días descansa en buena medida en esa ampliación de sus
horizontes conceptuales y prácticos. De no tenerlo en cuenta,
corremos el riesgo de proceder como aquellos escritores para
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quienes la literatura es lo que se escribió antes que ellos. Más
nos vale atender a lo contemporáneo.
Esto nos lleva a otra cuestión, que quiero plantear: el neto
predominio de lo europeo –y, más específicamente, francés–
frente a una producción propia que, en muchos casos, se ve re-
presentada en comentarios eruditos de otros autores, estos sí
originales. ¿Debemos tomar esto como un índice de la pobreza
entre nosotros de una producción original? No lo creo así. Más
bien podríamos pensar en la vigencia, entre muchos psicoana-
listas argentinos, de un ideal que reviste la palabra de quien-
quiera provenga de esas latitudes de un prestigio automático,
aun cuando sus méritos sean a veces discutibles.
Lo cual lleva a una tercera cuestión, tal vez la más interesante:
¿en razón de qué el psicoanálisis surgió y floreció en determi-
nados ámbitos y no en otros? ¿Por qué arraigó entre nosotros?
Destaca una coincidencia: tanto la Austria-Hungría de Freud
como la Francia de Lacan eran antiguos imperios que, pasado
el cenit de su poder político, se beneficiaron del sedimento de
una extensa tradición intelectual, que precipitó en momentos
de un brillo raramente alcanzable. Ello no fue sin su reverso: en
ambas naciones se dejaba sentir el resquebrajamiento del anti-
guo poder, lo que introdujo una dimensión de lo que no anda,
del síntoma, que difícilmente podía resonar de ese modo en
geografías en las que el success era la norma. Ello dio marco a
la emergencia y posterior reinvención del psicoanálisis, que no
es otra cosa que una política del síntoma.
La Argentina, por otra parte –lo reitero– está estructurada
como un síntoma. En nuestra historia, ese síntoma toma la for-
ma de un progreso siempre prometido y cada vez frustrado. Eso
no nos vuelve impermeables a los efectos del discurso capita-
lista, como no dejamos de constatar con cierta alarma, dadas
sus consecuencias políticas. Sí le da al psicoanálisis un margen
distinto, ya que como discurso y como práctica, se asienta en
lo irreductible de un real. Afirmo, entonces, lo siguiente: de la
posibilidad de pensarlo en sus variantes, en sus distintas inci-
dencias –a lo que no es ajena la época–, de poner en acto dis-
positivos que den cuenta de eso, de esa posibilidad depende
que el psicoanálisis tenga un porvenir. Y eso, afirmo también,
no será sin la universidad, en la medida en que esté abierta a
ese movimiento de la Babel presente.
3.
Nuestra presencia en la universidad, hoy, nos exige es-
tar a la altura de los tiempos, al menos doblemente.
En principio, por lo impostergable de incluir esa sub-
jetividad de nuestra época que Lacan ponía como condición al
despuntar su enseñanza. ¿De qué modos hacerlo? A mi enten-
der, eso no sólo supone una periódica revisión de los progra-
mas de materias troncales del grado, sino de la estructura cu-
rricular misma. La inclusión de materias electivas, seminarios,
prácticas de diversa índole, sin duda es también un modo. A
eso se agregan los cada vez más numerosos y diversos cursos,
programas y carreras de posgrado, que le dan a la formación
conceptual en psicoanálisis una amplitud de posibilidades im-
pensada hace unos años.
No va de suyo, sin embargo, que por su sola existencia demos
cuenta del impacto de la época en el sujeto y de los modos en
que nuestros dispositivos podrían hacerle lugar. Importa que los
diseños curriculares y los planteles docentes se nutran de quie-
nes, en su práctica y en su conceptualización, van por esos cami-