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LA CESTERÍA DOMÉSTICA
Era habitual que en las cocinas de las casas hubiese cestos auxiliares de
diferentes tamaños para guardar alimentos como patatas, hortalizas, frutas,
pan, huevos, etc. Al lado de la lareira o de la cocina de leña estaba siempre
el cesto de la leña, donde se apilaban la madera, las piñas y los carozos de
maíz con los que se alimentaba el fuego; y para avivarlo se empleaba el
abanico de la lumbre, hecho de una rama de roble abierta en varias tiras
tejidas con unas vergas estrechas. Sobre el hogar se colgaba el canizo de la
lareira, similar al de alisar la tierra y en el que se ponían a curar y ahumar los
chorizos, las castañas, los lacones, los quesos y otros alimentos.
Tampoco faltaban los cestos de la comida, en los que se llevaba
el almuerzo a los campos cuando las faenas agrícolas no permitían parar
y regresar a casa. Eran de muchos tipos, pero las más características eran
las cestas de mimbre pelado, ovaladas o rectangulares, con un asa en aro
y con dos tapas [FIG. 6] . También se empleaban para llevar la merienda el
día de la romería, aunque en algunas casas tenían cestas más adornadas y
elaboradas para esos días especiales. Otro modelo de cesta de la comida
era la carabela o bucela, también de mimbre pelado y de forma rectangular,
cerrada con una tapa provista de un asa. Las más antiguas tenían el asa
y los cierres de mimbre, que con el tiempo fueron sustituidos por piezas
metálicas. En Vigo recibe el nombre de cesta ferroviaria, porque era la que
utilizaban los trabajadores del ferrocarril para llevar la comida. Ambos
modelos de cestas para la comida también se aprovechaban para ir al
mercado.
Otros cestos que había en la casa era los que se usaban para
llevar la ropa a lavar al río o al lavadero. En algunas casas tenían la cesta de
la colada, en la que se metía la ropa que se quería blanquear, echándole por
Otras piezas de cestería empleadas en la pesca, tanto marítima como
fluvial, eran las nasas, especie de trampas que variaban de tamaño y forma
dependiendo de la especie que se quisiera capturar. Podían estar hechas
de vergas o de varas y todas tenían dos bocas: una estrecha con forma de
embudo invertido hacia el interior, que dejaba entrar al pescado, pero que
impedía que saliese, y otra más ancha, cerrada con una tapa de madera
o de corcho, que servía para vaciar el contenido de la nasa. Amarradas al
tejido de las paredes, llevaban unas piedras que permitían lastrarlas en el
fondo del mar o del río una vez largadas. Había otra especie de nasas más
grandes (nasón) que, a diferencia de las nasas, tenían una única boca y
no llevaban piedras para lastrarlas, ya que no tenían que ir al fondo. Estos
nasóns se colgaban de la borda del barco, se sumergían en el agua y servían
de vivero, bien para llevar cebo vivo o bien para ir recogiendo las capturas y
mantenerlas vivas y frescas.
En la pesca a pie con caña, tanto en el mar como en el río, las
capturas se guardaban en el carabelo, cacifo o chistera, una cesta de mim-
bre pelado provista de una tapa y de una correa para colgarla del hombro.