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LA ORFEBRERÍA TRADICIONAL.
UNA MANIFESTACIÓN PARALELA
Ya desde antiguo las clases sociales más humildes no se sustrajeron a
asociar a los metales sus creencias apotropaicas ni a satisfacer la ornamen-
tación de sus anatomías con algún tipo de orfebrería de metales diferentes.
Es decir, la orfebrería suntuaria, reservada al poder económico, administra-
tivo y político, tuvo una presencia hegemónica por lo que representaba de
ostentación de poder, lo cual era motivo de envidia de enemigos e incluso
de leyendas sobre sus valores y atributos. Tampoco el pueblo raso, en
cuanto disfrutó de una mínima estabilidad, renunció a sus modestas posibi-
lidades de lujo e imitó, dentro de sus posibilidades, aquellos excesos de los
señores e incluso de la Iglesia. Nació así desde antiguo la orfebrería tradi-
cional, paralela a la suntuaria, que se articularía en dos direcciones algunas
veces convergentes. Una, exclusivamente de ornamento y «endominga-
miento» festivo, y otra, devocional y apotropaica, de protección y seguridad.
Con la llegada del oro y plata de América, creció extraordinaria-
mente la actividad de los orfebres y comenzó a extenderse por todos los
lugares. Las ferias y mercados se llenaron de orfebres que comerciaban con
sus productos. La unión política peninsular posibilitó asimismo una itine-
rancia desconocida para los aprendices con el fin de consiguir la carta de
maestro orfebre. Sus principales destinos eran Oporto y Lisboa, donde la
tutela no era regentada por la Iglesia y la prueba era menos restrictiva que
la compostelana.
Es importante destacar el mestizaje que se produce con las for-
mas de la exquisita orfebrería árabe (la cultura nazarí), presente, a pesar de
la expulsión de los moriscos, en algunas zonas de la península, sobre todo
en el norte de Portugal. Estas formas, sus orfebres, el particular trato del
hilo y decoración, renuevan las pesadas y arcaicas formas, dotan de un éxito
sin precedentes sus nuevos argumentos estéticos y fluyen hasta Galicia
pasando el Miño.
Hay un factor que incide en este espectacular desarrollo del
género menor en la orfebrería considerada tradicional por ser consumida
fundamentalmente por las clases más humildes. En 1601, ante la situación
de casi bancarrota del Estado por la proliferación del trabajo en plata y oro
procedente de las monedas de curso legal (tal y como vimos en el cuadro de
Martínez
representando a san Eloy en su orfebrería como patrón del gremio es sufi-
cientemente elocuente del esplendor del oficio en aquella época: una joven
pareja acude al santo a encargarle unas alianzas para su boda. El santo
tiene ante sí una báscula donde pesa unas monedas de oro con las que
realizará el encargo.
En Galicia, el patronato gremial de este santo aparece reflejado
en la catedral compostelana en la capilla de Nuestra Señora de la Blanca,
donde se venera la imagen de san Eloy, que amparaba al importante gremio
de plateros y orfebres de la ciudad.